Comentario
SESION OCTAVA
Conclúyese que de lo mucho que padecen los indios nace
la oposición que se encuentra en los indios infieles para admitir
el Evangelio y reducirse al vasallaje de los reyes de
España; se trata del corto fruto de las misiones
1. Quien con atención se hubiere hecho capaz de lo que se contiene en las cuatro sesiones antecedentes, conocerá la razón con que los indios infieles aborrecen la dominación de los españoles y el motivo que los induce a mirar con desprecio la religión católica en que se les desea instruir, pues, atendido, según ellos lo reflexionan, que la religión, en el modo que la experimentan, viene a quedar en un medio tan irregular de sujetarlos al duro yugo de la tiranía, no es mucho que se muestren tan renitentes y obstinados para no admitirla, cuando se les están presentando a la vista los lastimosos ejemplares de lo que pasa por los de su misma nación ya convertidos. Ni tampoco lo es el que, siendo libres, quieran, aunque a costa de una vida vagante, desastrada y bárbara, huir de las comodidades de la racionalidad, por no acercarse a las puertas de la esclavitud.
2. Uno de los asuntos principales que se nos encargaron en la instrucción fue el de que nos informásemos de los parajes que permanecen habitados por los indios bravos, la inmediación que tienen ellos a nuestras poblaciones, las naciones que los componen, y la facilidad o dificultad que haya para reducirlos con su genio y costumbres. Estos serán los asuntos que se comprenderán en esta sesión, y, como accesorio a ellos, insertaremos también una noticia de las misiones que mantienen las religiones en los países de infieles pertenecientes a la provincia de Quito, que es de la que tenemos noticias suficientes para poderlo hacer con la precisión que pide esta materia, en la cual procuraremos individualizar lo que pertenece a cada punto.
3. De cuanto se extiende la América meridional, se puede bien considerar que lo único poblado por los españoles y donde hay pueblos que reconocen por señor a los reyes de España, es el ámbito que forman entre sí las dos cordilleras reales de los Andes, y lo que se dilata desde la cordillera occidental hasta las costas del mar del Sur, si bien en éstas hay algunos espacios que están totalmente despoblados, o ya por ser llanos muy dilatados donde falta la proporción para ello, o por haberse mantenido en aquellas tierras los indios bravos sin querer reducirse a la obediencia; así se observa en la costa que corre desde Arica a Valparaíso y de La Concepción a Valdivia, no seguida enteramente, sino en algunos tránsitos.
4. Las poblaciones españolas de la sierra se extienden por el oriente hasta ocupar las faldas occidentales de la cordillera oriental de los Andes, como se ha dicho en la descripción de la provincia de Quito, tomo primero de la Relación de nuestro viaje, y desde las faldas orientales de esta misma cordillera (cuyo país empieza ya a ser montañoso, húmedo y cálido) en adelante, hacia el oriente, tienen principio las habitaciones de los indios infieles, tan poco distantes de las de los españoles que con sólo subir a lo alto de las cordilleras (como lo acostumbran los corredores de venados) se dejan percibir las humaredas de los indios gentiles, y sus países corren, hasta ir a encontrarse con las costas del Brasil, por espacio de más de 600 leguas.
5. Las naciones que pueblan todos aquellos anchurosos y largos espacios son muy numerosas, y cada población suele ser una y distinta en lengua de sus inmediatas, y aunque en lo general de las costumbres no sea muy sensible la diferencia, se nota, no obstante, alguna variedad entre ellas, ya sea en los falsos ritos de su idolatría, ya en el régimen de su gobierno o ya en el conjunto de sus propiedades.
6. Muy pocas son, de todas estas naciones, las que reciben misioneros, y más remisas o renitentes en esto las que están más inmediatas a las poblaciones españolas. Con particularidad son en este punto más pertinaces que ningunas las que, habiéndolos tenido una vez, llegaron a sublevarse cometiendo alguna atrocidad contra ellos, porque, temerosos del castigo de que se reconocen merecedores, no hay términos que las puedan reducir. Lo mismo sucede con los que se sublevan de las poblaciones españolas, y aun en éstos concurre otra circunstancia más, que es la de huir del maltrato que han experimentado; de aquí se sigue el grave daño que causan instruyendo en ello a las naciones con quien se juntan y a las demás que son sus comarcanas, para que aborrezcan el solo nombre de españoles, y totalmente se nieguen a admitir la religión.
7. No podemos negar que los indios son por su naturaleza inclinados a la ociosidad, a la idolatría y a todo aquello que es propio de la irracionalidad en que viven, porque en todas las naciones del mundo es natural, y se experimenta, que cada una aprecia, como las mejores, aquellas costumbres, modales y religión en que nació y le criaron, [y que], por el contrario cualquiera otra extraña no le parece bien, ni se hiciera a ella sin grande repugnancia y fuerza. Por esto, no sólo no se debe extrañar el que los indios sean difíciles de reducir a otras costumbres tan diversas a [las] que están habituados, cuanto se opone el trabajo a la ociosidad o la racionalidad a la barbarie, sino que es digno de admiración el que, sin mayor contrariedad, se encuentre docilidad bastante en algunas naciones para admitir misioneros y recibir los ritos y leyes de una religión que los obliga enteramente a abandonar sus falsos ídolos, a dejar sus antiguas y ya connaturales costumbres, y a separarse de la superstición y de los agüeros con que los tiene embelesados el infernal espíritu para asegurarlos más en su esclavitud.
8. Siendo común y propio de todas las naciones (como acabamos de decir) la oposición a otras leyes, divinas y humanas, distintas de las que entre ellas están establecidas, y no menos la repugnancia a haber de abandonar sus ancianas costumbres, podremos dar por sentado que de dos circunstancias que hacen difícil la reducción de los indios, es ésta la primera, y debemos mirarla como natural y general en todas, y no como determinadamente particular en aquella gente; la segunda es el maltrato que les está amenazando en los españoles, después de haberse reducido. Sin esta circunstancia, bastaría sólo la de sacarlos de una vida holgazana, ociosa y libre para ponerlos en otra laboriosa, quieta y domiciliada, para que hubiese repugnancia de su parte en este trueque, aunque no recibiesen de los españoles ningún mal trato; agréguese, pues, ahora, el peso de éste, y se conocerá cuánta mayor debe ser la dificultad. De aquí proviene en gran parte el daño de que los indios no se dociliten con facilidad, y el de que tengan la religión cristiana en el poco digno concepto de que es el primer escalón por donde suben al teatro de sus miserias y trabajos.
9. No se debe entender que todas las naciones de indios infieles que no han tenido misioneros ha sido porque absolutamente no los han querido admitir, sino porque no se ha intentado el introducírselos. En algunas partes [esto ha] provenido de que, hallándose distantes de las cordilleras, son ellas y sus países desconocidos a los españoles, y en otras, porque las fragosidades y la mala calidad de los temples no son propios para otras gentes que para aquellas que se han criado en ellos; mas no por esto dejarían de poder subsistir una vez que se empezaran a poblar, a formar pueblos, y a hacer sementeras correspondientes al temperamento, como sucede en otros tan cálidos y húmedos como los que se mantienen desconocidos hasta el presente. Con que donde únicamente hay misiones es en algunos de los parajes conocidos, que suelen estar inmediatos a las cordilleras o en las orillas de los ríos caudalosos, como sucede en el Marañón; díjose en algunos porque no es tampoco en todos donde entran misioneros, lo cual proviene de que en los demás no les admiten los indios, por estar impresionados de los motivos que quedan ya explicados.
10. Siendo tantas las naciones de indios gentiles que hacen vecindad a la provincia de Quito, pues en todo lo que se extiende de Norte a Sur corren por la parte del Oriente los países de ellos, son muy cortas, a correspondencia, las misiones establecidas, y muchas menos las religiones que, con celo evangélico, se dedican a este fin, pues a excepción de la Compañía de Jesús, que después de muchos años ha mantenido la de Mainas, todas las otras o no tienen misiones algunas o sólo conservan uno u otro pueblo, lo bastante únicamente para tener motivo, con este pretexto, de llevar misioneros, cuyos sujetos son empleados después en los particulares asuntos y fines de la misma religión, sin que nunca llegue el caso de que vayan a predicar y extender el Evangelio entre los infieles. Tan general es esto que no hay religión alguna que no lo ejecute así, y la de la Compañía lo practica del mismo modo que las demás, de tal suerte que de cada veinte sujetos que van de España, apenas uno, y cuando más dos, entran en las misiones, porque la misma religión no destina a este fin mayor número. Es cierto que la Compañía tiene formadas más poblaciones en los países de infieles que ninguna otra religión, pero no por esto es menor el número de europeos que mantiene permanentes en los colegios españoles que aquellas [otras religiones], porque antes bien excede en mucho, lo cual nace de que lleva misioneros más frecuentemente y mucho mayor número en cada vez.
11. Viven todos en España en la inteligencia (y aun en las mismas comunidades se cree) que los misioneros que van a las Indias deben pasar inmediatamente a la conversión de los infieles, y enfervorizados en esto, hacen muchos sujetos la solicitud de que los incluyan en las misiones. Pero como no sucede así, se hallan burlados cuando llegan allá, viendo cuán distinto es su ejercicio del que tenían concebido, y se hallan imposibilitados de poder retroceder. Lo que sucede con estas misiones que se envían es que luego que llegan allá, los reparten, si son de la Compañía en los colegios, y si de otras religiones que tienen alternativa, en los conventos de toda la provincia, aplicando unos a las cátedras, otros al púlpito, otros a las procuradurías, y otros al manejo de las haciendas, como sucede acá en España, sin diferencia alguna. En estos ministerios y ejercicios los mantienen o los hacen variar pasándolos de unos a otros, y el asunto que par-ticipa menos de las misiones y misioneros es el de su propio y único fin, porque una vez completo de curas el corto número de pueblos de que se componen las misiones, sólo cuando muere alguno, o cuando otro quiere retirarse por hallarse cansado con el peso de la edad, se destina otro en su lugar, y de uno a otro [suceso] suelen pasarse cuatro y cinco años, o más tiempo.
12. No siendo el fin de la predicación a los infieles el que promueve la solicitud que hacen las religiones para llevar misioneros a las Indias, precisamente han de tener otro de donde les resulte algún beneficio, porque si no fuera así, no se meterían en un costo como el que hacen por su parte, extra del que contribuye la Real Hacienda, pudiendo evitarlo. Y esto es lo que vamos a declarar.
13. Las religiones que tienen alternativa en todos los empleos propios de ellas, no pueden pasarse sin tener sujetos europeos, porque se expondrían a perder este fuero, y no teniendo otro medio para llevarlos, se valen del de las misiones, a fin de que pasen con él, y como esta providencia no les conviene a los criollos, se despachan siempre los procuradores a solicitarles cuando está la alternativa en sujeto europeo. Bastando, pues, para lograr el fin, un corto número de sujetos, se reducen a él las religiones, a excepción de la Compañía, la cual tiene otros motivos particulares, como son: el de mantener un equilibrio en todos los colegios entre europeos y criollos; el de que las buenas costumbres y educación de los primeros predomine sobre las malas que adquieren los segundos desde que empiezan a ver la luz; para que los colegios no descaezcan de aquel régimen y formalidad que es general en esta religión tanto en España como en todos los de-más reinos católicos y libres adonde está extendida; y para que sean los europeos quienes manejen las rentas que pertenecen a los colegios, con celo, economía y gobierno, porque son muy raros los criollos en quienes concurren estas circunstancias, y así no son aptos para estos ministerios, como tampoco para emplearse en las misiones, no siendo para tal encargo tan adecuada su conducta.
14. En el año de 1744, hallándonos ya próximos a dejar aquellos reinos, llegó a Quito una misión de la Compañía que acababa de llegar de España y se componía de crecido número de sujetos, los cuales, como iban persuadidos que luego que llegasen los destinarían a los países de infieles para emplearse en predicarles y vieron que no se promovía este asunto, después de haber pasado algunos meses todos empezaron a mostrarse descontentos y tan aburridos que, si se les hubiera dejado arbitrio para volverse a España, hubiera quedado allí raro o ninguno, porque decían que para permanecer en los colegios les era de más estimación y más agradable el hacerlo en los de España. Con esta inquietud y poco sosiego estaban aquellos misioneros, conociendo cuán distantes se hallaban de obtener el fin que concibieron cuando se determinaron a pasar a las Indias. Y la misma tienen todos, hasta que con el tiempo se van acostumbrando al país y perdiendo aquella impresión.
15. Todas las misiones que corresponden a la dilatada provincia de Quito están reducidas a las que tiene la Compañía en el río Marañón, y cinco pueblos que tiene la de San Francisco hacia las cabeceras del río Putumayo en Sucumbíos, pero ni todas las de la Compañía, ni éstas del orden seráfico, tienen curas en todos los pueblos, como debiera ser; y para que se vea esto más palpablemente, nos valdremos de una razón de la última visita que, de orden de Su Majestad, comunicada directamente al obispo de Quito, don Andrés de Paredes y [Armendáriz], practicó, por comisión particular de este prelado, el doctor don Diego de Riofrío y Peralta, cura de la parroquia de Santa Bárbara de aquella ciudad, en el año de 1745, que es la más completa y formal que se ha hecho desde que se principiaron aquellas misiones, y la más instructiva para poder hacerse capaces de su estado presente.
16. La religión seráfica tiene solamente cinco pueblos en las misiones de Sucumbíos, que son: San Miguel, San José, San Diego de los Palmares, Yancue y Nariguera, y estas misiones pertenecen a la jurisdicción de Pasto, que es parte del gobierno de Popayán, aunque dependiente en el gobierno de la Audiencia de Quito.
17. Las misiones de la Compañía empiezan desde Archidona, ciudad cuyo curato pertenecía a los clérigos y lo permutaron éstos con otro que la Compañía tenía en las montañas de la parte de Guayaquil. El curato de Archidona tiene tres anexos, distantes de aquella ciudad de seis a siete leguas cada uno, y son: Misagualli, habitado por españoles, mestizos y negros; Thena, de indios, y Napo, también de indios.
18. Segunda misión, San Miguel de Siecoya. Los indios de este pueblo se habían sublevado contra el padre misionero, y en 9 de enero de 1745 le dieron muerte y quemaron a él y a dos mozos que tenía en su compañía. Llamábase este cura el padre Francisco Real y tenía a su cargo, además del pueblo principal donde hacía su más continua residencia, otros seis pueblos, cuyos nombres son San Bartolomé de Necoya, San Pedro de Aguarico, San Estanislao de Aguarico, San Luis Gonzaga de Aguarico, Santa Cruz de Aguarico y el Nombre de Jesús; [Aguarico] es el nombre del río en cuyas orillas están situados los pueblos. En estos seis anexos se comprendían 2.063 personas de ambos sexos y todas edades; los 1.628 cristianos y los 435 catecúmenos. Aunque tuvieron noticia de la atrocidad cometida por los del pueblo principal, no quisieron seguir el mal ejemplo de ellos, antes bien, esperaban tranquilamente en sus pueblos que se les enviase nuevo misionero, dando a entender que miraban con disgusto el atentado de aquellos sacrílegos indios. Este misionero a quien habían dado muerte era de los que modernamente habían llegado a Quito en la última misión que pasó de España, y faltándole totalmente el conocimiento de las costumbres, genios y propiedades de los indios, carecía del método que requiere su gobierno para que no se les hagan ásperas las reprensiones, ni duro el retirarlos de la barbaridad de sus costumbres y tenacidad de los vicios a que están connaturalizados.
19. Tercera misión, San José de Guajoya. Era su cura misionero el padre Joaquín Pietragrasa, quien tenía a su cargo, además del pueblo principal, el del Nombre de María y los tres [siguientes]: San Javier de Icaguates, San Juan Bautista de los Encabellados y la Reina de los Ángeles, en los que por ser pueblos formados nuevamente, residía también un hermano de la Compañía, Salvador Sánchez, para instruir los indios en la doctrina y enseñarlos a rezar.
20. Cuarta misión, al cargo del padre Francisco Pérez: San Javier de Urarines, pueblo también recién formado; pero los que siguen son de las antiguas misiones de Mainas, en el río Marañón.
21. Quinta misión, la ciudad de San Francisco de Borja, capital del gobierno de Maynas, tan reducida que sólo contaba, por la enumeración que hizo el visitador citado, de 143 almas en ambos sexos y todas edades; esto se entiende de indios, y 66 personas más de españoles. Tiene por anexos a los pueblos de San Ignacio de Maynas y Andoas del Alto; su cura era el padre Juan Magnin.
22. Sexta misión, Santo Tomás Apóstol de Andoas, al cuidado del padre Enrique Fransen, con los pueblos de [Simigaes] y San José de Pinches.
23. Séptima misión, la Concepción de Cahuapanas, al cuidado del padre Francisco Ren.
24. Octava misión, la Presentación de Chayabitas y la Encarnación de Paranapuas, al cuidado del padre Ignacio Falcón.
25. Novena misión, la Concepción de Jíbaros, al cargo del padre Ignacio Michael.
26. Décima misión, Santiago de la Laguna, al cargo del padre Adan Scheffen, el cual tenía por compañero al padre Guillermo Gremez, porque siendo éste el pueblo principal de las misiones, se compone de 1.107 almas.
27. Undécima, San Javier de Chamicuros y San Antonio de Abad de Aguanos, estos dos al cargo del padre José Bamonte.
28. Duodécima, Nuestra Señora de las Nieves de Yurimaguas, San Antonio de Padua de Nainiches y San Francisco Regis del Paradero, al cargo del padre Leonardo Deubler.
29. Decimotercera, San Joachin de [la Grande] Omagua, su cura misionero el padre Adan Widman.
30. Decimocuarta, San Pablo Apóstol de Napeanos, al cargo del padre Martín Iriarte.
31. Decimoquinta, San Felipe de Amaona, al cuidado del hermano Juan Herraez.
32. Decimosexta, San Simón de Nahuapo, al cargo del padre Sancho Araújo y también el pueblo nombrado San Francisco Regis de Yameos.
33. Decimoséptima, San Ignacio de Pebas y Caumares y Nuestra Señora de las Nieves de Cahicaches, al cargo del padre Francisco Falcombeli.
34. Con que las misiones de Maynas y Quijos, que están al cargo de la Compañía, constan de 40 pueblos y en ellos ocupa 18 sujetos, los 17 curas y el uno teniente de cura, comprendiéndose en todos 12.85 almas, las 9.856 cristianos, y los 2.939 catecúmenos. Es cierto que muchos de estos pueblos que están como anexos necesitarían para su adelantamiento y mejor estado un misionero particular, pero, no obstante su falta, se hallan estas misiones sin comparación, en un fin mucho más aventajado que las de San Francisco, porque [en] las de la Compañía el número de sujetos que les está asignado hace su continua residencia en los curatos, visitando con frecuencia los anexos; tiene iglesias y capillas decentes, y aunque sus adornos no son de mucho valor, son de aseo y de primor, con lo cual luce allí la aplicación y celo cristiano y se deja percibir la reverencia con que se celebra el divino culto. No así en los pueblos de misiones de Sucumbíos, que pertenecen a la religión seráfica, porque los curas hacen muy corta residencia en ellos, las iglesias están con la mayor indecencia que se puede imaginar, y lo mismo los ornamentos; el pasto espiritual que suministran a los indios es casi ninguno, y a este respecto, como todo pende de falta de celo, en lugar de haber adelantamiento en ellas, hay atraso.
35. No incluimos entre los curatos de misiones a los que se llaman de montaña, porque aunque caen hacía aquellas mismas partes donde [están] las misiones, legítimamente no lo son, ni el instituto de los curas es de conquistar las almas de aquellos gentiles que tienen por vecindad, sino sólo el de dar pasto espiritual a las que comprenden sus vecindarios.
36. Habiendo llegado a tocar en el punto de las misiones de Maynas, no sería justo desentendernos de sus principios y de los progresos que la Compañía ha hecho en ellas, mayormente cuando la relación de estas noticias podrá acreditar bastantemente todo lo que dejamos dicho en su particular.
37. Con el motivo de haber subido por el río Marañón una flotilla portuguesa, compuesta de 47 canoas grandes, al cargo del capitán Pedro Texeira, dispuso la Audiencia de Quito que a su retorno al Pará, de cuyas inmediaciones habían salido con el fin de descubrir el curso de aquel gran río, bajasen con ellos dos padres de la Compañía para que con mayor individualidad examinasen aquellos territorios, se hiciesen capaces de las naciones que [lo] habitaban y anotasen las demás particularidades conducentes a su mejor conocimiento. La Compañía, que desde algunos años antes tenía puesta su atención en el descubrimiento de aquel anchuroso país y en extender la religión de Jesucristo entre las muchas naciones bárbaras que lo pueblan, admitió con gran gusto el encargo, y fueron elegidos para su desempeño los padres Cristóbal de Acuña y Andrés de Artieda.
38. La flota portuguesa había salido de las cercanías del Pará a [28] de octubre de 1637 y gastó en llegar al puerto de Payamino, primero donde hicieron parada, perteneciente a la provincia de Quijos, hasta [el] 24 de junio de 1638, del cual pasó Texeira a Quito con algunos de los suyos, dejando allí su demás gente con el grueso del armamento. Después de haber hecho en Quito la relación de su viaje, y que estuvieron prontos los dos padres nombrados por la Compañía y aprobados de la Audiencia, salieron todos de Quito el 16 de febrero de 1639 y, caminando por Archidona, fueron a encontrar la armadilla al puerto de Payamino, donde se había quedado.
39. Ya por este tiempo [había] misioneros de la Compañía en el Marañón, bien que sólo en sus cabeceras, porque siendo virrey del Perú el príncipe de Esquilache, se dio el gobierno de Maynas a don Diego Baca de Vega, por su vida y la de su hijo mayor, don Pedro Baca de la Cadena. Aquél, que había solicitado y promovido la conquista de aquellos países a su costa, después de tener reducida la nación maynas, había fundado la ciudad de San Francisco de Borja el año de 1634, instituyéndola cabeza de su gobierno, y teniendo ya tan buenos principios en él, había solicitado con la Compañía de Quito y con la Audiencia, que se destinasen sujetos de aquella religión para que entrasen a misión, lo cual se le concedió con gran complacencia, tanto del tribunal como de la Compañía de Jesús. Y por entonces fueron destinados a ser fundadores de aquella misión los padres Gaspar de Cuxia y Lucas de Cueva, los cuales hicieron su entrada a Maynas el año de 1637 por el camino de Patate; desde que llegaron a la ciudad de Borja, estos dos padres tomaron a su cargo aquel curato y empezaron ejercer su misión en él, doctrinando a los indios ya reducidos y procurando reducir los de aquella misma nación mayna que no lo estaban hasta entonces.
40. Los padres Acuña y Artieda, que llegaron, aunque con mucho trabajo, felizmente al puerto donde la armadilla portuguesa los esperaba, bajaron con ella al Pará. Llegaron a aquella ciudad por diciembre del mismo año de 1639, después de diez meses de camino por tierra y navegación de río, de donde, habiendo tomado aquel preciso descanso para desahogarse de las fatigas pasadas, se pusieron en vía para España a fin de informar a Su Majestad de lo operado para aquel descubrimiento, y de lo que en él había advertido su cuidado. En el año de 1640 llegaron a la corte de Madrid y después de haber hecho las representaciones correspondientes de todo lo que habían visto, y de haberse detenido más de un año en la corte en solicitud de fomentos para aquella dilatada conquista, no pudieron conseguir nada, porque las turbulencias en que España se hallaba envuelta con los alborotos procedidos de la rebelión del reino de Portugal, tenía justamente ocupada la atención del monarca y el cuidado de sus ministros. Viendo, pues, los padres de la Compañía cuán difícil era el logro de su deseo en ocasión tan crítica que sólo se pensaba en los ejércitos militares para contener la osadía de los sublevados, se determinó el padre Andrés de Artieda a dejar la corte y volverse a su provincia de Quito para promover desde allí la empresa con la Audiencia y su colegio, en quienes tenía cifradas mayores esperanzas. Así lo hizo, y el año de 1643 volvió a Quito, y alentando los ánimos de todos, quiso, para infundirles mayor fervor en la empresa, volver a entrar de nuevo en el Marañón, y pasando por la capital de Maynas, llevó consigo al padre Lucas de Cueva, al teniente de Borja y algunos soldados, con los cuales entró a la nación de los omaguas y tomó posesión jurídica de aquella provincia y de todo el río en nombre del rey católico don Felipe IV, según lo expresa en un informe el padre Martín Francisco de Figueroa de la misma Compañía.
41. El padre Acuña tuvo por conveniente permanecer en la Corte algún tiempo más, con el deseo de ver si, serenándose algo las cosas de la guerra, podían tener cabimiento sus instancias y solicitudes; pero reconociendo que cada vez se encendían más las inquietudes y que daban mayor cuidado a la corte los progresos de los portugueses en su sublevación, determinó seguir a su compañero en los galeones que se siguieron a aquéllos. Y habiendo pasado de Panamá a Lima, donde lo llevaron los cuidados de algunos otros negocios, murió allí.
42. Como los primeros misioneros que entraron [en] Maynas con el destino de predicar a los indios, los padres Gaspar de Cuxia y Lucas de la Cueva, hallaron tanto fruto entre la abundancia de aquellas naciones que no bastaban ya sus fuerzas para atender a tanta reducción, porque los indios recibían sin repugnancia la religión que se les predicaba, ocurrieron a Quito pidiendo que se les destinasen nuevos compañeros para aprovecharse de tanta mies como la que prometía la docilidad de los indios y la buena disposición en que estaban de hacerse cristianos. Su representación, siendo tan justa, fue atendida, y el colegio de Quito nombró a los padres Bartolomé Pérez y Francisco de Figueroa, pero aún no siendo suficiente este refuerzo para la gran cosecha que daban aquellos vastos países con el grano del Evangelio, se vio precisado a pasar a Quito en persona, el año de 1650, el padre Gaspar de Cuxia, en solicitud de nuevos operarios. El colegio de Quito le concedió tres sujetos más, y con ellos volvió a restituirse a sus misiones, donde, hallándose ya siete en todos y repartiéndose por aquellas provincias de infieles, era admirable el fruto de almas que iban ganando para el verdadero Dios a expensas de su trabajo, de la fatiga, de las incomodidades y de los peligros que era preciso pasar para sacarlos de tanta esclavitud y ceguedad.
43. Hasta el año de 1666 fundaron trece pueblos grandes y de mucho gentío con los indios que fueron atrayendo, y para ello unieron varias naciones de aquellas vagantes y gentílicas, por cuya causa dieron a los pueblos los nombres del las más numerosas y, por esta misma los cambiaron después, según las otras nuevas que se les agregaban. Los nombres de los que entonces se llegaron a formar son los siguientes:
1. La Limpia Concepción de Xeberos.
2. San Pablo de los Pambadeques.
3. San José de los Ataguates.
4. Santo Tomé de los Cutinanas.
5. Santa María de Guallaga.
6. Nuestra Señora de Loreto de Paranapura.
7. Santa María de Ucayali.
8. San Ignacio de los Barbudos.
9. San Javier de los Aguanos.
10. El pueblo de los Angeles de Roa Maynas.
11. San Antonio, segundo pueblo de los Aguanos.
12. San Salvador de los Zapas.
13. El Nombre de Jesús de los Coronados.
44. Estos trece pueblos no tenían más que siete misioneros, aunque eran tan grandes y de tanto gentío que no sería mucho el que cada uno tuviese su misionero particular para que siempre asistiese en él; pero faltándoles y estando distantes, unos de otros, seis, ocho y más leguas, se deja conocer la sinceridad y sencillez de los indios y la facilidad de reducirlos a todo cuanto se pretende exigir de ellos, cuando se acierta con el método de sus genios, y a introducirlos en los ritos de la religión cristiana, en la obediencia del que los ha de gobernar y en las nuevas costumbres, por las sendas adecuadas a sus naturales. Los pueblos de cristianos viejos necesitan cada uno tener su cura particular para el pasto espiritual de las gentes que los componen, y con mucha mayor razón se hace precisa esta providencia en los de los nuevos, porque éstos están más expuestos a perecer en los precipicios de la infidelidad y de la inconstancia, dándoles, tal vez, su propia imaginación, la mayor libertad de que se despojaron para recibir la religión , sus antiguos ritos y la despotiquez en que vivían, sin la menor sujeción a las leyes divinas, ni humanas, y asimismo representándoseles como extraños o como gravosas las pensiones de la civil vida, los preceptos de la religión, y la observancia de las leyes y costumbres, totalmente opuestas a las que eran naturales en ellos. La falta de misioneros en estas nuevas conversiones del Marañón no debe recaer sobre la Compañía, porque todo cuanto esta religión hacía entonces era a su costa, no teniendo otro fomento que el de sus rentas propias para sufragar a los gastos que ocasionaban estas misiones; y además de esto, eran muy pocos los misioneros que se llevaban de España hasta entonces, así porque no tenía motivo para hacerlo esta religión, como porque no estaba tan entablada su remisión con la regularidad que después, no porque absolutamente no las llevasen, sino es porque o mediaba más tiempo de unas a otras o se componían las misiones de menor número de sujetos, cuyas razones no militan ya en los tiempos posteriores ni en los presentes, porque con el motivo de las primeras conquistas espirituales que consiguió la Compañía, ha llevado misioneros frecuentemente y en número crecido.
45. El año de 1681, que fue 15 años después de la numeración de las primeras conversiones, se habían aumentado las poblaciones con ocho pueblos más, pero no así los misioneros, no obstante que en el intermedio de estos 15 años habían pasado de España a Quito muchos misioneros y suficientes para poder tener pobladas de sujetos aquellas conversiones. Por la nómina que sigue se reconocerán los pueblos que se formaron con los indios convertidos hasta este año, y el número de misioneros que cuidaban de ellos (45 a).
Pueblos
46. La primera misión era la del curato de Borja, y la tenía a su cargo
el padre Juan Jiménez, con los pueblos siguientes, compuestos de indios
maynas:
San Luis Gonzaga, San Ignacio y Santa Teresa de Jesús; en todo 4
47. La segunda misión, que tenía a su cargo el padre Francisco
Fernández, en el río Pastasa, se componía de los pueblos:
Los Angeles, de indios Roa Maynas
El Nombre de Jesús, de Coronados en todo 3
San Francisco Javier, de los Gayes
48. La tercera misión estaba al cargo del padre Pedro de Cáceres,
y se componía de estos pueblos:
La Concepción de Jeberos
Nuestra Señora de Loreto, de
Panarapuras en todo 4
El anexo, de Chayanavitas
El anexo, de Muniches
49. La cuarta y última misión era la de La Laguna; estaba al cargo
del padre Lorenzo Lucero. Además de La Laguna, tenía agregados
nueve pueblos, que son los siguientes:
Santa María, de Ucayales
Santiago, de Jitipos y Chepeos
San Lorenzo, de Tibilos
San Javier, de Chamicuros
San Antonio Abad, de Aguanos en todo 10
Santa María, de Guayaga
San José, de Maparinas
San Ignacio, de Mayurunas
San Estanislao, de Otanabis
[en total]......21
50. Con que todas las misiones de Maynas se componían entonces de 21 pueblos y, según dice el padre Manuel Rodríguez en su Historia del Marañón y Amazonas, no había en ellos más que cuatro misioneros, que son los que quedan ya nombrados. Y todos los que se habían empleado desde el año de 1638, en que tuvieron su primer establecimiento, hasta el principio del de 81, en que se formó aquel estado, entrando a predicar entre aquellas naciones, fueron 24 padres de la Compañía y tres hermanos, de los cuales murió la mayor parte entre ellos.
51. La nación de los indios omaguas, que era una de las más numerosas que poblaban el Marañón, había despachado mensajeros al pueblo de La Laguna, el año de 1681, pidiendo al padre Lorenzo Lucero, entonces superior de las misiones, que les diese misioneros, porque, agradados del buen trato que éstos daban a las otras naciones que se les habían encomendado, y de las mejoras que reconocían en ellas después de haberse reducido a gobierno tan sabio y justo, querían agregarse a ellas para gozar de los mismos beneficios y con ellos el de la doctrina evangélica. Pero como las misiones estaban tan escasas de sujetos que aún faltaban los precisos para la asistencia de los pueblos ya formados, no se les pudo conceder por entonces lo que solicitaban, y lo que se hizo fue darles esperanza de que en la primera ocasión que entrasen nuevos misioneros, se les cumplirían los deseos con el destino de alguno que los tomase a su cargo y fuese su cura. Lo cual no se pudo cumplir hasta el año de 1686 que, habiendo llegado de España a Quito una misión compuesta de muchos sujetos, se destinaron algunos, aunque en corto número, para aliviar el trabajo a los que estaban en las misiones, y entre éstos fue destinado para allí el padre Samuel Fritz, natural de Bohemia, en quien recayó la suerte de ir a la nueva misión de los omaguas, porque, luego que estos indios tuvieron noticia de que habían llegado a La Laguna nuevos misioneros y que se disponía el uno de ellos para bajar a sus países, se adelantaron a recibirlo, y en más de 30 canoas subieron hasta La Laguna a fin de comboyarlo a sus tierras.
52. Había sucedido al padre Lorenzo Lucero, en el cargo de superior de las misiones, el padre Francisco Viva y, como sujeto de gran capacidad y elevados talentos, luego que vio al padre Samuel Fritz, hizo un concepto tan completo de sus prendas que le pareció no podía hacer elección de otro más adecuado para aquella empresa; cuyo sabio juicio se confirmó con las proezas que [con] su predicación y enseñanza hizo, en corto tiempo, en aquellas y otras varias naciones que redujo al gremio de nuestra católica fe.
53. Ya se deja comprender que en una nación que de su propio motu solicitaba tener misioneros, no sería necesario tanto afán y trabajo para que prestase la atención [debida] a lo que se le predicaba y abrazase la religión del verdadero Dios en que se les deseaba instruir, como en aquellas otras con quienes, antes de llegar a este caso, era forzoso contraer amistad yéndolas a solicitar entre las montañas, bosques y lugares retirados, donde como fieras andan esparcidas. Los omaguas, luego que se vieron con su padre, mirándolo como el rescatador de sus almas, se volvieron con él a sus países llenos de contento y alegría, dándole a entender así en los festejos con que lo celebraban de unas canoas a otras mientras duró por el río su viaje. Así llegaron al primer puesto de los que les pertenecían, y pareciéndoles que no era justo el que hubiese de entrar en él por sus pies, lo cargaron sobre sus brazos a porfía entre los más distinguidos de la compañía, y con danzas y música de flautas, pífanos y otros instrumentos a su moda, lo sacaron de a canoa en que iba y lo llevaron hasta el alojamiento que, entre sus rancherías, le tenían ya prevenido. Después que hubo descansado en aquel sitio (que al igual de todos los demás no tenían todavía formalidad de pueblos), lo fueron conduciendo a las demás islas que estaban pobladas por la misma nación de los omaguas y pasaban de 30, para que lo conociesen y empezasen a [tratarle] los que habían de ser feligreses, en cuya forma se principió aquella gran misión. Y fueron tan prósperos sus progresos que, en menos de tres años, se bautizaron casi todos los indios adultos, por estar ya capaces para ello, habiendo desde los principios franqueado este sacramento el padre Fritz a los párvulos, que no necesitaban, por el pronto, la instrucción que aquéllos en los misterios de la fe.
54. Estando empleado el padre Samuel Fritz en la doctrina y enseñanza de los indios omaguas, tuvo noticia de otras naciones que estaban vecinas a ella siguiendo el curso del río, como la de los Yurimaguas, la de los Ayzuares, Baromas y otras, y, sabiendo que no resistirían el admitir la religión católica, pasó a ellas y las halló tan prontas a recibirla que desde luego los empezó a catequizar para suministrarlas el bautismo; tanta fue la prosperidad con que corrieron estas misiones que, hasta el año de 1689, eran ya los pueblos de omaguas 38, de quienes hacía cabeza el de San Joaquín de la Grande Omagua, uno grande de Yurimaguas y dos de la nación Aizuari. Todos éstos tenía a su cuidado el padre Samuel Fritz, de tal suerte que, según refiere el mismo padre en una relación particular que hizo de su misión, apenas tenía tiempo en el discurso de un año para hacer una visita en todos ellos, y tan sólo el corto que se detenía en cada uno doctrinando a los adultos y bautizando a los que nacían, era el que podía residir allí, con que todo lo demás del tiempo vivían aquellos indios solos, sin más sujeción que la de sus propias voluntades. Pero era tal ésta que no llegó el caso de que se ofreciesen alborotos entre ellos, pretendiendo abandonar la religión que se les había enseñado para volver a los falsos ritos de las gentílicas, que se les tenían prohibidas.
55. El padre Fritz, rendido del mucho trabajo y de la continua fatiga con que era preciso que estuviese, siendo su vida una continua peregrinación de unos pueblos a otros, llegó a perder la salud, y el accidente tomó tanto cuerpo que él precisó bajar al Pará, el mismo año de 1689, para buscar algún alivio entre los médicos de aquella ciudad. Los portugueses, sospechosos de que su enfermedad había sido pretexto para bajar reconociendo todo lo restante del Marañón, desde la boca del río Negro (que era hasta donde llegaban sus misiones) hasta el Pará, lo tuvieron detenido después que se recuperó, y dieron parte de su bajada a la corte de Portugal, cuyas resultas, aunque tan favorables para el padre como las podía apetecer, no llegaron al Pará hasta mediados del año de 1691, con que se restituyó a sus misiones. Pero habiéndosele dado un oficial y siete soldados portugueses para que le acompañasen como por modo de mayor cortejo, luego que entraron en la nación de los azuaris los quiso despedir el padre Fritz, porque tanto los indios de las naciones antecedentes por donde habían pasado (quienes en la bajada se le habían dado por amigos al padre, saliéndolo a buscar a las rancherías) como los de ésta, se habían retirado y dejado sus pueblos temerosos de los portugueses. Estos no condescendieron a su instancia de que se volviesen, llevados de otros fines distintos de los que daban a entender al padre, como se lo declaró el cabo portugués luego que llegaron al pueblo Mayabara, último de los yurimaguas, en donde, volviendo a instar el padre Fritz que se volviesen, puesto que quedaba ya en su misión, le dijo que el no haberlo hecho hasta entonces era porque llevaba orden de su gobernador [Antonio de Alburquerque] de tomar posesión de aquellas tierras, hasta las de los omaguas inclusive, en nombre del rey de Portugal, porque eran de su pertenencia, y que, por lo tal, lo intimaba que se retirase de ellas y las dejase libres. El padre Fritz extrañó esta resolución, tanto más cuanto era contraria a la determinación que se había dado en la corte de Lisboa en conformidad de lo que el mismo padre tenía representado desde el Pará, y habiéndole reconvenido al cabo con ello, consiguió que se volviese sin hacer más instancia en su pretensión, por entonces; mas habiendo navegado los portugueses río abajo un día de camino, hicieron alto en Guapapate, frente de un pueblo del mismo nombre, en cuyo sitio hicieron un desmonte hacia la parte del Sur, y dejaron por lindero un árbol grande, cuya especie distinguen con el nombre de samona, como que hasta allí les pertenecía el terreno, dejando avisado a algunos indios que dentro de poco tiempo volverían a hacer población en aquel sitio.
56. Previendo el padre Fritz las malas consecuencias que se habían de seguir contra aquellas misiones por el demasiado atrevimiento de los portugueses, si no se tomaba con tiempo alguna providencia para contenerlos, y habiendo comunicado el caso con el vicesuperior de las misiones, el padre Enrique Richter (porque el superior padre Francisco Viva estaba en Jaén), y con el gobernador de Maynas, don Gerónimo Baca de Vega, con parecer de entrambos se determinó a pasar a Lima en persona para informar al virrey vocalmente del estado en que se hallaban las misiones y del peligro que les amenazaba, para que arbitrase el modo de contener los designios de los portugueses. El virrey de Lima, que entonces lo era el conde de la Monclova, y a su ejemplar toda aquella ciudad, quedó admirada del mucho fruto que la palabra del Evangelio, divulgada en el río Marañón por boca del padre Fritz, había conseguido, y su vista llenó a todos de edificación. Pero llegando al punto principal de poner remedio en los adelantamientos que los portugueses iban haciendo en los dominios de España, y de los que nuevamente amenazaban a toda aquella misión que se extendía desde la boca del río Napo hasta la del río Negro, notaba poco fervor en el virrey para condescender en la defensa de aquellas tierras, y lo daba a entender con todo desembozo la respuesta que le daba, que, sacada a la letra de la relación manuscrita del padre Fritz, se reducía a que, mediante el ser los portugueses cristianos católicos, como los españoles, y gente belicosa, no se le ofrecía medio para hacerlos que se contuviesen en sus límites sin llegar a rompimiento, el cual era excusado mediante que aquellos bosques no fructificaban nada en lo temporal al rey de España, como otras muchas provincias que, con más razón y título, se debían defender de hostiles invasiones. Y concluía diciendo que, en lo dilatado de las Indias, había bastantes tierras para entrambas coronas; pero que con todo esto informaría cuanto antes a Su Majestad.
57. Cierto que a no referir estas razones un sujeto de tanta virtud y circunstancias cuales concurrían en aquel misionero, se debería negarle la credulidad, pues parecen más propias de un hombre independiente del vasallaje a los príncipes interesados legítimamente en las Indias, que de un ministro y gobernador general del rey de España en todos los países de aquellas mismas Indias, sobre quien se solicitaba por el padre Fritz la defensa contra la usurpación. No nos atreveríamos a trasladar aquí este dicho, tan mal reflexionado y disonante, sin la plena seguridad que nos deja una copia que se halla en nuestro poder de la relación original del padre Fritz, la cual conseguimos en Quito, de los archivos de la Compañía. Por lo perteneciente a misiones de Maynas, en ella se dejan ver, por una parte, las instancias que el padre Fritz hacía con su religión para que se le enviasen sujetos que le ayudasen a llevar el peso de aquellas misiones y a recibir bajo de su dirección las muchas naciones que estaban dispuestas a admitir la luz del Evangelio, y pidiendo misioneros que desterrasen de sus entendimientos la ignorancia; y, por otra parte, se hace patente la [ineficacia] de su súplica ante el virrey, representándole el inmediato peligro de perderse en que estaban los dominios del rey y conversiones de la Compañía si no se daba providencia que asegurase aquellos nuevos países y vasallos ganados con el fervor y eficacia de sus persuasiones, y con el afán y fatiga de sus incesantes peregrinaciones y trabajosas tareas. Pero parece que al paso de este religioso, edificativo en todo, era ayudado de Dios para que al eco de su voz se rindiesen las racionales criaturas que, llenas de barbaridad, poblaban aquellos espesos y dilatados montes, [para que] aquellos incultos países le tributasen almas para el cielo, y todo aquel oculto mundo le abriese las puertas de la confianza para que entrase en él a dilatar el Evangelio, [era] desgraciado con los hombres preciados de más inteligentes, [quienes] le negaban todos los auxilios que imploraba para el aumento y seguridad de sus conversiones; porque ni en su religión hicieron el efecto que correspondían sus solicitudes, ni [en] el ánimo del virrey infundieron sus súplicas el fervor que necesitaba, y por tanto descuido se vieron malogradas, dentro de muy breve tiempo, unas conquistas que habían empezado con tanta prosperidad. Porque, reconociendo los portugueses que no había ninguna dificultad en apropiarse aquellos pueblos, hicieron varias entradas a ellos, de modo que se fueron haciendo dueños de los países que pertenecían a los yurimaguas y demás naciones más abajo de los omaguas; y aquéllos, después de haber sufrido varias correrías de los portugueses, en que les apresaron para esclavos muchos de sus dependientes, se vieron precisados a abandonar su territorio y a retirarse al de los omaguas, para tener alguna seguridad.
58. La entera confianza de la quietud en que quedaban los portugueses, hechos dueños de los países que usurpaban, después de apropiárselos, porque no se procuraban recuperar una vez que su atrevimiento entraba a poseerlos, les dio aliento para hacer más arrojada su empresa; de suerte que, hasta el año de 1732, se habían ya apoderado de todos los países que median entre los ríos Napo y Negro, pero aun en este año se adelantó mucho más la osadía, pues con ella se introdujo una armadilla de canoas, despachadas del Pará, por el río Napo, en el río Aguarico, que desagua en él, con ánimo de fortalecerse allí para ir granjeando aquel terreno. Y aunque no lo ejecutaron precisamente en el paraje que llevaban premeditado, porque lo resistieron con persuasiones los misioneros de la Compañía que estaban allí, lo ejecutaron [un] poco más abajo, sin que de parte de la Audiencia de Quito, a cuyo tribunal pasaron sus quejas los misioneros, ni de la del virrey de Lima (a cuyo gobierno pertenecía entonces), se diese providencia conducente a desalojarlos de aquellos sitios que no les pertenecían por otro derecho que el de la violencia.
59. No debemos culpar el atrevimiento de los portugueses por internarse en tierras que no les corresponden, mediante provenir esto del descuido y omisión con que los españoles los consienten. Por una parte contribuye a ello la cortedad de misioneros que hay en aquellos dilatados países, siendo tantas sus poblaciones, y por otra, la falta de fomento en mantener gente capaz de tomar las armas, cuando la ocasión lo pide, para rechazar el orgullo de los que quieran insultarlos, y así no debe causar admiración el que esta nación se haga dueña de unos pueblos que encuentra sin defensa y sin curas. Las misiones que el padre Samuel Fritz había adelantado se componía de 41 pueblos, y tan apartados unos de otros que entre los primeros, en lo alto del río, y los últimos, más bajos, mediaba la distancia de más de 100 leguas; los 40 estaban continuamente desamparados, ínterin que el padre visitaba el uno, con que ¿qué mucho que los portugueses, hallándolos con sólo indios, se los fuesen apropiando y que lo hiciesen con tanta más seguridad cuanto les enseñaba la experiencia que lo que adquirían una vez no se les disputaba nunca?
60. Todas estas misiones consisten en haber juntado naciones vacantes que habitaron siempre las orillas de aquel gran río [y] reducirlas a que, formando pueblos, vivan en ellos con racionalidad y cultura; el misionero viene a ser cura y gobernador, y quien los dirige en el modo de hacer vida sociable los doctrina y enseña para que se hagan capaces en la religión y para que guarden sus preceptos. Lo principal de estos pueblos se compone de indios convertidos y reducidos a la vida culta ya de muchos años, y a éstos se suelen agregar otros indios infieles, o bien por verse hostigados de las guerras continuas que suelen tener con las naciones que les hacen vecindad, para huir de las crueldades con que les amenazan, y guarecerse al abrigo de los padres misioneros, cuyo respeto contiene a los contrarios, con cuya ocasión tiene éste la de predicarles y empezar a docilitarlos y disponerlos a que reciban el bautismo, o ya solicitados de los misioneros. Pero suelen ser tan inconstantes que aunque oyen entonces el Evangelio con bastante atención, dando muestras de quererlo recibir, luego que se les pasa aquel fervor, contraído, en la mayor parte, del temor que les dio motivo a dejar sus tierras, o la obligación en que los constituye la memoria de las dádivas, y que se ven privados de sus brutales costumbres y reprendidos en los abominables vicios a que están habituados, se huyen muchos y vuelven a ellas cuando contemplan que se habrá apaciguado la ira de aquellas naciones contra quienes guerreaban. Otras veces suelen enviar mensajeros los mismos curas de los pueblos a las naciones inmediatas cuando conocen que encontrarán disposición en ellos para admitir el bien que se les propone, y asimismo van a sus poblaciones los misioneros a persuadirlos y obligarlos con el presente de algunas brujerías, en cuya forma consiguen que se vuelvan dóciles, y convengan en hacer asiento en una parte, formando población, no muy distante de la que el misionero tiene a su cargo como principal, para poder ir a visitarlos frecuentemente y a instruirlos en los preceptos de la religión, a fin de que puedan estar capaces del bautismo.
61. Cuando estos nuevos pueblos se hallan ya en estado de mantener misioneros particulares o curas, y que en alguna manera hay seguridad de que permanecerán, entonces se les envían. Pero estas conversiones llevan tanta lentitud que pasan muchos años sin aumentarse a los antiguos un solo pueblo. Esto no obstante, aunque con espacio tal, no se deja de conseguir a la fin algún fruto en premio de tanto trabajo, pero lo consiguen únicamente las misiones que tiene la Compañía a su cargo, porque [sus misioneros] son los que mantienen celo para solicitarlo y fervor constante para permanecer en tales empresas, sin que la inconstancia de los indios los desaliente, ni los trabajos y fatigas que han menester pasar en aquellos países y climas tan contrarios, los desanimen.
62. Las misiones que pertenecen a la religión de San Francisco se reducen a ir un cura a cada una de aquellas poblaciones antiguas y permanecer en [ellas] sin diferencia ni más trabajo que el que tienen en las de españoles, porque sus vecindarios se reducen a gentes de todas castas, desde blancos y mestizos para abajo. Cuando, hostigados éstos de las correrías con que los sobresaltan frecuentemente los indios, toman las armas contra ellos y hacen entradas en sus tierras, suelen aprisionar algunos, y a éstos es a quienes instruyen los curas en los preceptos de la religión, para bautizarlos. Con que estas misiones sólo consisten en otros tantos curatos donde la diferencia del país y temple hace toda la que hay de ellos a los que tienen en países españoles.
63. Ya tenemos dicho que uno de los principales obstáculos para que no [se] internen los misioneros en lo mucho que se dilatan aquellos países proviene de que el territorio y las naciones que lo habitan son desconocidos en parte, y a esto se agrega el ser todo montuoso, lleno de fragosidades casi impenetrables, y de unos temples sumamente cálidos y húmedos, donde decaen las naturalezas poco acostumbradas a ello. Si se hubiera de entrar a estos sitios no haciendo [memento] de aquellas dificultades, sería preciso que fuese por una de dos vías: la primera es por las misiones del Marañón, procurando ir ganando terreno y reduciendo las naciones que se encontrasen, y la segunda, atravesando aquella cordillera Oriental de los Andes, que hoy sirve de barrera al territorio español, para ir granjeando países al Oriente, por los de los gobiernos de Yahuarzongo, Macas y Quijos, los cuales estuvieron poblados antiguamente por los españoles hasta que, sublevados los indios, quedaron [éstos] hechos dueños absolutos de ellos, y sólo permanecen allí unas cortas poblaciones, muy reducidas, como memorias lastimosas de lo que aquello fue. Para que se vea, pues, en qué consiste ahora toda su formalidad, daremos razón de las que pertenecen a cada uno.
64. El gobierno de Yahuarzongo, que es el más austral de los que pertenecen a Quito, confina por el Sur con el corregimiento de Piura; por el Occidente, con el de Loja; por el Norte hace división entre él y Maynas el río de Santiago, que entra en el Marañón, y por el Oriente se dilata hasta este caudaloso río. Su territorio es muy grande, pero una gran parte de él está despoblado, y lo restante habitado de indios infieles, a excepción de lo que ocupan cinco poblaciones: Valladolid, Loyola, Zamora, las Caballerizas y Santiago de las Montañas, de las cuales las tres primeras mantienen el título de ciudades, pero son tan reducidas, pobres y desmanteladas que ni aun el de pueblos merecen, a cuya imitación y proporción son los otros dos.
65. El segundo gobierno que sigue al septentrión de Yaguazongo es el de Macas, que, aunque en la antigüedad estuvo muy poblado y fue, como ya se ha dicho en otra parte, de los más ricos países que se conocieron en el Perú, ya está reducido a la cortedad y miseria de una ciudad, que es Sevilla del Oro, y un pueblo principal, que es Zuña, una y otros tan desmantelados, pobres y cortos como los del gobierno de Yaguarzongo, y ambos tienen algunas pequeñas poblaciones por anexos.
66. Las poblaciones que pertenecen al gobierno de Mainas quedan ya explicadas, con que podemos evitar su repetición, y las del de Quijos son una ciudad con el mismo nombre, Baeza, Archidona, Avila y Cofanes. Las tres primeras tienen el título de ciudad y no otra cosa, porque en todo son como las que quedan nombradas pertenecientes a los demás gobiernos. Todo el país que media entre las poblaciones que pertenecen al un gobierno y las que son dependientes de otro, está habitado de indios infieles, y si se intentaran conquistar debería hacerse continuando desde los mismos gobiernos, para que ni entre ellos ni entre las nuevas conquistas que se hiciesen y los países de españoles quedase ninguna [nación india] que pudiese inquietar a las demás.
67. Teniendo este principio aquellos países, es evidente que si hubiera celo en las religiones para convertir los indios mantendrían misiones en todos estos gobiernos, procurando con suavidad y agasajo granjear la voluntad de los indios, como lo hace en Maynas la [religión] de la Compañía. Pero si no lo ejecutan así es porque todo el cuidado de sus individuos se reduce a conseguir curatos donde puedan sacar usufructo sin trabajo ni pensión, y no siendo factible esto en las misiones, porque para emplearse en ellas es menester despojarse de todo interés y olvidar totalmente la codicia, no hay sujeto que lo apetezca, ni en las religiones fervor para emprenderlo. Una de las grandes lástimas que se deben llorar de aquel país es que, siendo tan cuantiosas las comunidades que hay en él y tan ricas todas ellas, ni de la abundancia de sujetos, ni de los tesoros que gozan en las sobresalientes rentas que disfrutan gocen los indios el beneficio de alguna pequeña parte que se dedique a solicitarles la salvación por el medio de la predicación y enseñanza del Evangelio, lo cual debería ser único objeto y ocupación de todas. Pero en la sesión donde con particularidad hablaremos de las comunidades se reconocerá cuán distintos son los fines y vida de los que las componen de los que corresponden a misioneros.
68. Así como hemos dicho que son dos las vías por donde se puede entrar a la reducción de aquellos países, son dos también los medios que consideramos propios para emprenderlo, y capaces para conseguir la conquista, pero deben unirse para que operen a un mismo tiempo. [Uno es la predicación misional y otro es la acción armada]. Siendo los indios por su naturaleza amantes del agrado y del cariño, se consigue con ellos por este medio lo que no se puede alcanzar muchas veces por otros violentos; pero como no sea dable encontrar aún en la docilidad de aquellas gentes tanta conformidad, unión y sencillez cuanta sería precisa para que del todo se entreguen a la conducta de los misioneros sin volverse a acordar de sus falsos ritos, de sus brutales costumbres, de su vida ociosa y vagante y de sus abominables vicios, se hace preciso que, al paso que se granjean sus voluntades con halagos, con suavidad, con paciencia y con dádivas, se les infunda respeto, manifestándoles [que existen] fuerzas suficientes para sujetarlos y castigar en ellos el atrevimiento cuando su osadía dé lugar a ello. Porque muchas veces ha sucedido, y últimamente acaba de experimentarse en las misiones de Maynas, que, fastidiados los pueblos ya reducidos de verse reprendidos por el misionero [por] el fervor [con] que éste procura apartarlos de la idolatría, con el deseo de contenerlos en el desorden de los vicios, o con otro celoso fin dirigido a su bien, uniéndose entre sí, se rebelan contra él y, dándole alevosa muerte, abandonan el pueblo y vuelven a la libertad de su licenciosa vida, perdiéndose por falta de temor el trabajo y afán de muchos años empleados en su conversión. Los mismos misioneros de la Compañía, que son los que pueden dar visto en este asunto, son de dictamen que debe haber fuerzas donde haya misiones, para que su vista infunda temor a los indios y dé autoridad a los misioneros. Y en algunas ocasiones en que los indios se les han sublevado, han tenido por conveniente el ocurrir a la Audiencia de Quito pidiendo que se envíe socorro de gente que siga a los amotinados hasta volverlos a sujetar, haciendo en ellos algunos moderados castigos para que con esto escarmienten ellos y teman los de las demás poblaciones. Pero nunca se les ha dado, y este descuido, omisión o falta de providencia para hacerlo ha dado motivo a que otras poblaciones sigan el mal ejemplo y a que los indios infieles, que nunca llegaron a sujetarse, tengan atrevimiento para inquietar a los cristianos dentro de sus mismas poblaciones, de saquearlas y de llevarse aprisionadas las indias que encuentran en ellas, después de haber cometido atrocidades con los indios cristianos que caen en sus manos.
69. No será conveniente el emplear estas fuerzas en reducir a los indios entrando en ellos a fuego y a sangre, [sino] sólo en aquellas naciones que suelen encontrarse con tanta repugnancia que no hay otro medio más que el de la violencia para conseguir su reducción y [habilitación]; en éstas es preciso valerse de las armas, y particularmente entran en este número todas las que han sido sublevadas. Con esto se emplean a un mismo tiempo los dos medios, aplicando a cada nación el que le pertenece, y, sin pérdida de tiempo ni peligro de que lo granjeado una vez se vuelve a perder, se pueda adelantar tanto cuanto se hiciere el ánimo de reducir. Pero sin el auxilio de alguna gente que sostenga las misiones nunca es posible lograr el fin, lo cual se está haciendo patente a la vista en el ejemplar de lo poco que, en el transcurso de más de cien años, se ha adelantado en las misiones de Maynas y en los territorios que, por falta de estas fuerzas para contener [incursiones y alzamientos], se han perdido en los demás gobiernos de la provincia de Quito.
70. Ya asentado que para reducir a aquellas gentes y para que subsistan en la obediencia de los curas es preciso que haya algunas fuerzas, debemos pasar a determinar qué religiones son las más propias para predicarles el Evangelio y en qué modo se puede mantener la gente de armas necesaria, que debe sostener las misiones, sin grave perjuicio del real erario, asuntos que son los más principales a que se debe atender para que empresas de esta calidad se puedan plantificar y subsistir.
71. Todas las religiones predican el Evangelio y todas son propias para instruir en la fe de Jesucristo y para doctrinar en ella a los infieles, pero en donde se hace preciso que el agrado, el cariño, la suavidad y la dulzura vayan haciéndose dueños de la voluntad, para que, adquirido por estos medios el triunfo de la confianza, hallen cabida las persuasiones, es preciso hacer elección de sujetos en quien concurran estas circunstancias, pues de ellas solas se debe esperar el buen éxito de la conquista, y faltando, será trabajar para no conseguir [nada]. En estas particulares circunstancias es la religión de la Compañía la que parece está dotada más sobresalientemente, porque desde los primeros pasos que dan sus hijos en el noviciado, empiezan a adquirir distintas propiedades, perfeccionando las que antes tenían. De aquí nace que ninguna otra religión haya hecho tanto fruto en las misiones de las Indias, [y la causa de ello es] porque los genios de sus individuos se acomodan bien a todo, lo que es preciso que concurra en los que han de tener por ejercicio la conversión de unas gentes tan bárbaras e ignorantes como son los indios [de la selva]. Así lo está manifestando el progreso que tienen hecho en el Marañón, donde hubieran podido llegar hasta su desembocadura, reduciendo todas las naciones que poblaban las dilatadas orillas de este río y las más contiguas a ellas, no menos que las que habitan en las demás que le tributan sus aguas, si la osadía de los portugueses del Pará no se lo hubieran estorbado.
72. [No] debemos estar a los ejemplares que en varias relaciones citan las demás religiones de lo mucho que adelantan en las que les pertenecen, porque lo que en ellas se pondera lleva la máxima de embelesar a los ministros de por acá en sus ideas, y bien mirado y reconocido por sujetos que tengan inteligencia de lo que sucede en aquellos países, se vendrá a averiguar que todo es fingimiento y que ninguna puede hacer en esto competencia a la de la Compañía. Por esta razón nos hemos ceñido únicamente a hacer la comparación en la provincia de Quito, adonde tenemos tan individualizado este asunto que no será fácil el que las religiones se atrevan a contradecirlo sin el peligro de no poder satisfacer a las reconvenciones que se les harían si intentasen hacer ver que su celo y los progresos de él, o sus costumbres y modales, querían parecerse a las de la Compañía, o que eran tan propias como las de ésta para la reducción de los indios.
73. Ya puestos en este punto, no debemos confundirlo con lo que antes queda dicho de ser muy corto el número de sujetos que la Compañía destina a las misiones, respecto del crecido que componen las que van de España, pues cuando decimos de sus individuos que son más celosos que [los de] las demás religiones en adelantar las que tienen a su cargo, no nos oponemos a aquello, como ni tampoco cuando les aplicamos como más regulares a concurrir en ellos las buenas partidas que debe tener un misionero. Solamente debemos reducir nuestra idea a un punto, que es ver si a la misión de Maynas, que está a su cargo, hay equivalente en las que tienen las demás religiones en aquella provincia, y puesto que no se encuentra ninguna, ni se puede hacer comparación, será forzoso concluir que la Compañía cumple mejor con su instituto, que es más propia y más celosa que las otras para el de misioneros, aunque no lo cumpla tan completamente como se quisiera.
74. Además de la buena política y de las partidas que ilustran a esta religión, propias para el ejercicio de misioneros, concurre en ella la advertida precaución de no destinar toda suerte de sujetos a este ministerio, porque sería atentado el no preferir de lo bueno lo mejor, cuando entre un conjunto de muchas personas se debe concebir que hay diversidad de inclinaciones y de genios. Esta religión, que con regular acierto procede en todo, dedica a las misiones a aquellos sujetos en quienes, al paso que se señala más el fervor, se encuentran propiedades más adecuadas para el intento, y que por todos títulos son más al propósito para el de misioneros. Esto coadyuva en parte a que no todos los sujetos que van en las misiones puedan tener el destino de ir a predicar a los infieles, pero no hay duda que se debería dedicar a este ejercicio número más crecido del que se destina a él, mediante que lo es también el de los que descubren capacidad para ello.
75. Las otras religiones no siguen esta política aún para proveer los curatos de aquellos cortos pueblos que tienen en los países de infieles, pues los sujetos que [se] proveen [en ellos] son aquellos a quienes, por no estar graduados, por no tener valimiento, o por no considerarlos dignos de curatos de utilidad dentro de los países de españoles, los destierran a ellos, dándoselos como en método de pensión, para que les sirva de mérito el haberla tenido en las incomodidades de aquellos temples, y se habiliten con él a tener derecho en adelante a otros curatos mejores. De modo que no se paran en la madurez del sujeto, en sus buenas costumbres, en su fervor y celo, en su agrado y agasajo, y en otras muchas circunstancias precisas en los que han de ser misioneros, sino solamente en poner un cura que redima de esta carga a los religiosos graves, a los capaces y a los que deberían emplearse en la predicación del Evangelio y, en una palabra, van a salir de la obligación, aunque no cumplen con ella.
76. Contribuye también, y no poco, para que la Compañía no destine a las misiones el mayor número de sujetos que pudiera tener empleados en ellas, la falta de fomento y de seguridad en las naciones que se reducen; lo cual no sucedería si en la ciudad capital de las misiones del Marañón hubiera gente que los pudiera sostener y causar respeto entre los indios, de la cual convendría se hiciesen destacamentos, y que éstos hubiesen de residir en los pueblos que nombrasen los mismos misioneros, según conviniese, para estar inmediatos, más o menos, a las poblaciones que fuesen reduciendo. Lo cual necesitaba tanta formalidad y orden que no [se] saliesen de los preceptos que les impusiesen los misioneros, y que no cometiesen extorsiones contra los indios, o que pudiesen servirles de mal ejemplo, porque en tales casos serían de más perjuicio que de utilidad.
77. Los indios son de tal naturaleza que, aunque se hace indispensable para civilizarlos que tengan a la vista algún temor, ha de ser esto con una templanza tal que no lleguen a horrorizarse con él, sino que sólo sirva para contenerlos y para que conozcan que están prontas las fuerzas a sujetarlos si dan motivo a usar de ellas abusando de la bondad con que se les trata. Este solo temor basta para que ellos no piensen en inquietudes, ni se alboroten; pero en faltando de su vista falta igualmente en ellos la sujeción y les sirven de poco o de ningún temor las simples amonestaciones de los misioneros. Las misiones que tiene la Compañía en las orillas del caudaloso río Marañón están sujetas con la inmediación de la ciudad capital de San Francisco de Borja, porque de ésta ha solido despacharse gente en socorro de los misioneros cuando lo han pedido, aunque han ido tan tarde y han sido tan cortos que sólo han bastado para contener a los demás pueblos y no para escarmentar a los ya sublevados. Por esta razón se hacía preciso que hubiese en la ciudad de Borja gente a quien se le pudiese obligar a tomar las armas, y que acudiese con prontitud a dar los socorros que fuesen necesarios, y puesto que se nombra un gobernador de Maynas, que lo es de aquellas misiones, debería tener esta gente a su mando, dándosele orden de que, siempre que los misioneros le pidiesen auxilio, lo hubiese de dar sin la más leve detención, ya fuese contra los indios infieles, contra los de los pueblos cuando hiciesen algunos alborotos, o contra los portugueses, si entrasen a inquietarlos para aprisionar a los indios ya reducidos y llevarlos por esclavos a sus chácaras y trapiches, como lo han ejecutado en varias ocasiones atrevidos con la confianza de ver el desamparo y ninguna resistencia que tienen estas misiones, y que no hay fuerzas prontas para castigar la osadía con que se arrojan a cometer estas hostilidades.
78. Así como tenemos dicho en la primera sesión que convendría al resguardo del puerto de Atacames y al bien de Quito que se despachasen a él todos los delincuentes que dejan de ser castigados por no tener inmediato el recurso de presidio adonde poderlos enviar, y todos los mestizos ociosos, que viven sin oficio ni beneficio atenidos a lo que hurtan, del mismo modo convendría hacer una repartición [o, mejor dicho, una asignación] de los corregimientos de toda la provincia [a los gobiernos de Yaguarzongo, Macas, Maynas y Quijos] para que cada uno desterrase la gente de esta especie al paraje que le correspondiese, los cuales, una vez puestos allí, habían de cumplir el tiempo de su destierro. Aquellos que fuesen como tales [trabajarían] sirviendo en el mismo modo que todos los presidiarios, y finalizado este [tiempo de su condena] se les había de precisar a que se mantuviesen allí, volviendo a despacharlos las justicias cuando intentasen restituirse a las jurisdicciones de los corregimientos. Los que no fuesen por más delitos que el de ser vagabundos (gente que abunda tanto en toda aquella provincia que con ella solo sería bastante para poblar el distrito de todos los gobiernos), a éstos no correspondía darles más pena que la de haber de residir en los sitios adonde perteneciesen según la ciudad, villa o asiento donde hubiesen sido aprendidos, dándoles tierras de las muchas que hay incultas, para que las labrasen y se pudiesen mantener. Pero unos y otros habían de estar obligados a tomar las armas siempre que se ofreciese la ocasión, como lo hacen ahora los que viven en todas aquellas poblaciones circunvecinas a los infieles.
79. A esta gente que se destinase para los gobiernos de Yaguarzongo, Macas, Maynas y Quijos, era forzoso darles ración de víveres por algún tiempo, ínterin que aquello tomaba formalidad, y a todos el primer año después de llegados, hasta que ellos por sí tuviesen frutos de sus labores particulares. Y como sería un costo muy crecido e insoportable si se hubiese de hacer del Real Erario, para evitarlo y que no faltase la providencia necesaria se debería disponer que el ejercicio de los forzados fuese de desmontar tierras, hacer siembras y criar ganados para los almacenes reales. Y porque si esto se ponía al cargo del gobernador, o no sería cuidado y fomentado con el celo que requiere, o, según la costumbre de aquellos países, sería aumentarle este ingreso, el cual no llegaría nunca el caso de que se emplease en beneficio del común y en adelantamiento del fin con que se instituía, respecto de que esta providencia debería mirarse como anexa y correspondiente a las misiones, se había de disponer que las mismas misiones pusiesen coadjutores en las haciendas, y un procurador en la ciudad capital, para que por su disposición corriese el cultivo de las tierras, las siembras, las cosechas y la repartición de raciones. Con esto, no solamente estarían aquellas gentes abastecidas de todo lo necesario para el sustento, sino que sobraría para dar socorros de víveres a los pueblos que lo necesitasen, y particularmente a los modernos.
80. Todo esto parece difícil porque nunca se ha hecho, pero no lo es en unos países donde sobran tierras y gentes. Sobran tierras y son tan dilatadas las que no reconocen más dueños que a los indios bravos, y muchas ni aun a éstos, que pudieran ser reinos muy grandes; y sobran gentes porque en todos los países está de más tanta abundancia de mestizos como hay en ellos, sin servir ni para el cultivo de las tierras, ni para el ejercicio de las artes, ni para otra cosa más que para vivir de lo que la malicia y la mala inclinación les induce. En otro país donde faltasen estas dos circunstancias tan precisas, sería impracticable esta idea, pero no en aquel donde sólo falta dirección para que se ejecute, celo para adelantar, y constancia para permanecer en el empeño de lo que se proyecta. Ya se ve que los ministros de acá no pueden promover estas cosas faltándoles los informes que necesitarían para disponerlas y ordenarlas, lo cual nace de que los que van allá con empleos, no llevando otra mira si no es la de ver lo que pueden sacar del oficio que se les confiere, se les da poco de que se adelanten las conquistas, ni de que decaigan los dominios del rey; aquello no les conviene que se ejecute en sus tiempos, porque si hubie-ran de poner en ello la atención, les haría falta [tiempo] para granjear, y así huyen de informar lo verídico, si es que alguna vez informan; y con esto último tampoco les está bien informar, porque son ellos la causa de todas las decadencias que se experimentan en aquellos reinos.
81. Supuesto, pues, que en sola la religión de la Compañía se reconoce el correspondiente celo para adelantar las conversiones, que los modales y costumbres de las otras no son adecuadas para ello, [y] que la Compañía lleva a las Indias cuadruplicado o quintuplicado número de sujetos más del que emplea en sus misiones en el gobierno de Maynas, se le debería precisar a que estableciese misiones en los otros tres de Yaguarzongo, Macas y Quijos, y de este modo podrían dirigir en todos ellos las haciendas que se formasen para la subministración de víveres, a fin de que nunca llegase el caso de que entrasen en la dirección de los gobernadores, ni de otros que no fuese en la suya, porque lo mismo sería salir de su conducta que malograrse el fin enteramente. Es claro que la emulación y la envidia no dejaría de estar alerta contra la Compañía, publicando que la mayor utilidad de estas haciendas se la aplicaba a sí, y aunque convengamos en que sucediese así, no faltaría nunca lo necesario para las raciones que se hubiesen de subministrar, en cuya forma podía dárseles de barato el que se aprovechasen de lo restante, pues se lograba el intento, debiéndose lo demás atribuir a su buena industria, a su aplicación y a la formalidad de su gobierno.
82. El primer paso que se debe dar para que esto tenga efecto, y sea útil en los gobiernos la gente que hubiera de destinarse a ellos, consiste en que se les provea de armas, sobre lo cual se ha dicho lo bastante en la sesión segunda. Y aunque allí no se incluyeron las que se de-berían asignar a cada uno de estos gobiernos, fue porque ínterin que no se determina que se pueblen aquellos países y se destina gente para ello tomando las medidas necesarias, no hacen mucha falta, aunque no dañaría tampoco el que se despachasen algunas para el uso de los moradores que al presente tiene cada una de aquellas poblaciones. Y como todas están igualmente expuestas a los insultos de los indios, en caso de enviarse era preciso ordenar que las que fuesen destinadas para cada gobierno estuviesen repartidas en los pueblos principales, a la dirección y cuidado de los gobernadores y de sus tenientes.
83. Estos gobiernos se deberían proveer, ya que no se hiciese lo mismo con todos los corregimientos, como se ha dicho en su lugar, en militares, sujetos experimentados, y de edad madura, no tanta que no estuviesen capaces para salir a campaña contra los indios cuando llegase la ocasión, pero no convendría que fuesen de tan poca edad que pudiesen aspirar a hacer un caudal sobresaliente para gozarlo después fuera de aquellos empleos, sino, antes bien, que sabiendo tenían un buen sueldo para mantenerse, procurasen permanecer allí hasta que los méritos de cada uno los hiciesen acreedores de otras mayores confianzas. No convendría tampoco que se les diesen los gobiernos por tiempo limitado, a fin de que viéndose con renta para toda la vida si obrasen bien, mirasen con amor el servicio del rey, procurasen fomentar las misiones y hacer por su parte las conquistas que se proporcionasen para agrandar la jurisdicción del gobierno, lo cual había de ser con dictamen del superior de las misiones, y siempre quedaba abierto el campo para privarlos de los empleos cuando su conducta no fuese la más acertada, cuya autoridad se le debería conferir al virrey, y la de que nombrase un gobernador ínterin, pero no más que por el tiempo que tardase en ir otro de España nombrado por Su Majestad, para que los virreyes no pudiesen tener interés en poner gobernadores de su facción, ni dar lugar a que la envidia pusiese mal con ellos a los legítimos, valiéndose de este medio para disfrutar el empleo.
84. Estos gobernadores deberían hacer informe, una vez cada año, directamente a Su Majestad, del estado de las misiones, para que los ministros se enterasen en el adelantamiento que tuviesen, y de si cumplían las órdenes dadas tocantes al despacho de la gente que se debería enviar. Asimismo sería conveniente que el superior de cada misión enviase anualmente una relación del estado de las que estuviesen a su cargo, y de la conducta y celo del gobernador, para que, confrontando una con otra, se viniese en conocimiento de la realidad. También se le debería obligar al gobernador a que enviase razón de todos los sujetos que estuviesen empleados en ellas, y teniendo otra de los que fuesen de España cada vez que se enviasen misiones, se sabría el destino de todos.
85. Mucho convendría que se le obligase a la Compañía a que todos los sujetos que no fuesen aptos para emplearse en las misiones, que los hubiesen de volver a España a su costa, y llevar otros en su lugar sin que el Real Erario les contribuyese con nada para el transporte de este reemplazo. Y con esto se evitaría el que llevasen muchos que, luego que llegan a las Indias, dejan la sotana y quedan de seglares, porque regularmente son muchachos que la toman para pasar a las Indias, de donde redunda el perjuicio que se hace a España de sacarle gente cuando debería añadírsele, y al Real Erario de hacerle contribuir en la conducción de sujetos que no se emplean en el fin a que van destinados. Y pues las demás religiones no tienen misiones formales en aquellas provincias, y que los sujetos que llevan con este título es puramente con el fin de mantener la alternativa y de su propio interés, convendría que absolutamente se prohibiese el que llevasen ninguno, y se ordenase que las misiones que hoy tienen pasasen a la Compañía, puesto que, como se dirá en la sesión a donde corresponde, no son aptos para estos ejercicios, y antes bien perjudiciales por la mala conducta que guardan.
86. En todo lo que hemos visto de las Indias hemos encontrado igual conducta en las religiones que la que guardan en Quito, y de esto debemos inferir, no sin razón, que es correspondiente a la que tienen en aquella provincia, en las demás, por lo tocante a misiones; por lo cual convendría que en todas se ejecutase lo mismo que en ella, a menos de que de nuevo quisiesen volver a hacerse cargo de las misiones, ofreciendo poner más eficacia en su adelantamiento. Pero si se viese que no lo cumplían después de pasados algunos cortos años, como en término de seis u ocho, entonces se les deberían quitar y hacer que la Compañía las tomase todas a su cargo.
87. Ningún otro medio que el que queda propuesto de destinar la gente haragana y ociosa de aquellas provincias o corregimientos a las misiones, es capaz de facilitar el adelantamiento que se puede desear. Ni ningún otro se puede hacer con menos costo del Real Erario, porque aunque se envíe gente a descubrir y conquistar aquellos países, precisamente se les ha de dar sueldo y es preciso hacer víveres para la expedición, y enviar socorros de ellos y de gente, y no siendo posible que se vayan estableciendo los mismos conquistadores en lo que fueren ganando, precisamente han de volver a sus países, y entonces quedan abandonados los que se han reducido y los indios sin ninguna sujeción, con que fácilmente volverán a negar la obediencia. Así se ha experimentado en el poco efecto que han hecho las expediciones formadas en Quito para ir al Marañón, y en otras que se promovieron en Cuenca para ir a descubrir, en el gobierno de Macas, la ciudad de Logroño y población de Guamboya; en unas y otras se hicieron grandes expendios de caudales, sin ningún fruto. Bien pudiéramos citar los tiempos y conformidad en que se han hecho estas entradas, pero no lo haremos por no dilatarnos más en estas relaciones.
88. Asentada ya el propuesto medio como el único y el de menos costo para hacer las reducciones de aquellos países hasta ahora no conocidos, resta decir el orden que se debe guardar en ello para que todos los gobiernos reciban la gente que puedan necesitar, y para que, a un mismo tiempo, se pueblen y adelanten las conversiones con igualdad. Para ello se debería disponer que cada corregimiento envíe su gente al gobierno que le perteneciere, por cuyo arreglamiento los de la villa de San Miguel de Ibarra y de Otavalo enviarán los suyos al gobierno de Quijos; los de Quito, al de Esmeraldas o Atacames; los de Latacunga y Riobamba, al de Maynas; el de Cuenca, a Macas, y el de Loja, a Yaguarzongo. Pero si la gente que pudiere ir a establecerse de estos corregimientos en los gobiernos de su pertenencia, no fuese bastante para la que necesitan algunos, en tal caso se le puede agregar parte de otro a donde la haya con exceso; como, por ejemplo, de los dos corregimientos de la villa de San Miguel de Ibarra y de Otavalo no habrá mucha gente que enviar al gobierno de Quijos, y en el de Quito excederá la que se podrá remitir a la que necesite Atacames, de éste se puede asignar alguna para Quijos; los de Latacunga y Riobamba pueden dar bastante número a Maynas, y asimismo los otros dos a sus correspondientes. En cada corregimiento se ha de disponer que los ayuntamientos, si fueren ciudades o villas, o los corregidores, siendo asientos como los de Latacunga, Ambato y Alausi, o pueblos como el de Otavalo, tengan un libro a donde se asienten los que se destinaren para los gobiernos, con su filiación y reseñas, de las cuales habrán de enviar copia a los gobernadores para que éstos las trasladen a sus libros; y en caso de que alguno deserte, sea de los que se desterraren por delitos o de los que se enviaren por vagabundos y ociosos, habrá de escribir en su seguimiento el gobernador a todos los corregidores para que lo soliciten y vuelvan a remitírselo inmediatamente; por cuya fuga se puede establecer que el que la hiciere quede condenado en hacer servicio de presidiario por espacio de dos años, y si lo fuere, que se le carguen estos dos años más.
89. Toda la dificultad de este asunto estriba en que se observe esta providencia con puntualidad, y en esto es en lo que no se encuentran muchos recursos por el poco o ningún aprecio que merecen allá las órdenes que se envían de acá. Los corregidores, aunque lo quieran celar mucho, no lo podrán conseguir porque la gente lucida de aquellas ciudades y villas no se lo permitirán, mediante que la casa de cada uno es un sagrado, y que toda esta gente ociosa encuentra asilo en ellos con sólo la relación de emplearse en ser mediadores de las vilezas que cometen por haberse acogido a su amparo; de modo que no habría otro medio más que el de hacer en alguno un ejemplar para que los otros supiesen que habían de reconocer sujeción a la justicia, como lo ejecutó en Lima el marqués de Castelfuerte siendo virrey, cuyo caso nos parece digno de este lugar.
90. Antes que el marqués de Castelfuerte pasase a gobernar el Perú [en 1724] sucedía en Lima lo mismo que está pasando ahora en las demás ciudades del Perú, y es que la casa de cada caballero particular era un sagrado a donde ni la jurisdicción de la justicia, ni el respeto del virrey, podía alcanzar. Cometió uno de aquella gente ordinaria un delito y, para librarse de que la justicia lo castigase, se acogió a la casa de uno de los caballeros de allí. Preguntó el virrey, cuando le dieron parte del hecho, si lo habían preso, y habiéndole dicho que no, quiso saber el motivo, y habiéndose impuesto en que era porque estaba retirado el reo a la casa de aquel caballero, a donde no podían prenderlo, mandó al alcalde ordinario ante quien corría la causa, que inmediatamente fuese a prenderlo. El dueño de la casa no se hallaba en ella, pero estando su mujer, rechazó al alcalde con demasiada altivez y aun con amenazas de que, si repetía el atrevimiento de violar su sagrado, haría que entre sus esclavos y domésticos le ayudasen a castigar la osadía. El alcalde, que también era uno de los caballeros de allí, hallando esta resistencia y disimulando el vituperio con que la señora le había tratado, para no exasperar el ánimo del virrey le dio a entender que el caballero estaba fuera de la ciudad, en una hacienda suya (como era cierto), y que no hallándose en la casa más que la señora, en quien había encontrado alguna displicencia, causada de que empezase por ella el ejemplar de que allanasen las casas de la gente de distinción, no había tenido por conveniente el pasar adelante en la diligencia. Y como el virrey instase en que volviese a llevarle el reo o que, de lo contrario, lo haría poner a él en la cárcel en el lugar que correspondía al delincuente, se vio precisado a pedirle por merced que lo excusase de este lance, en lo cual le evitaría un desaire y cuento que podía traer consigo malas consecuencias, y que se sirviese tomar otra providencia en que él no interviniese. Con este motivo mandó el virrey al capitán de su guardia de caballos que fuese a prender al reo de su orden, pero irritada la señora, más que con el alcalde contra él, lo puso en el estrecho de volver al virrey, diciéndole descubiertamente lo que pasaba, y hecho cargo de ello, mandó entonces que fuese una compañía de infantería o un destacamento de tropa, y que cercasen toda la casa, y en caso de que la señora continuase en hacer resistencia, que a ella, a toda la familia y al reo se prendiesen y fuesen puestos en la cárcel pública, a excepción de la señora, que quería la llevasen primero a su presencia para destinarla después prisión correspondiente. Con esta orden volvió el capitán de caballos a continuar su diligencia, y aunque ya estaba armada la señora con todos los criados para recibirlo, al ver cercada la casa y saber lo que el virrey mandaba, hubo de ceder y dejar que la allanasen y que sacasen el reo que se hallaba dentro.
91. Viendo el marqués de Castelfuerte que el no castigar aquella despotiquez era exponerse todos los días a un lance, [y] no pudiendo ejecutarlo como correspondía en una señora (que son las que sacan la cara en semejantes ocasiones), envió inmediatamente un destacamento de caballería a la hacienda en donde estaba el caballero dueño de la casa, con orden de que lo llevasen preso a Lima. Hízose así y, sin dar treguas, lo condenó inmediatamente a Valdivia, para cuyo fin despachó, sin otro motivo, una de las fragatas que estaban en El Callao, dejando burlados los empeños del arzobispo, de todo el cabildo eclesiástico, de los oidores y de todo lo lucido de la ciudad, que quiso interceder por él, pero inútilmente; y no llevando tiempo determinado en el destierro, lo mantuvo en él hasta que murió lleno de pesar. Este caso hizo que decayese tanto la altivez y presunción de aquella nobleza que, por huir de semejante peligro, ninguno pensó en adelante en recoger en su casa a los que huían de la justicia.
92. Es cierto que aquel sujeto padeció una pena algo mayor que la que parece proporcionada a su culpa, y así lo conocía el marqués de Castelfuerte, pero decía que si los maridos no permitiesen tales atrevimientos y desacatos contra la justicia a sus mujeres, no las cometerían éstas, y que no habiendo otro medio para contenerlos, era forzoso castigar al marido, porque así padecían éste y su mujer. Toda aquella ciudad trataba al marqués de Castelfuerte, con este caso, de injusto, de cruel y de voluntarioso, pero era tal el respeto que le tenían que ninguno se atrevía a decirlo tan alto que pudiese llegar a hacer eco en sus oídos. Y después que pasaron estos primeros lances con que reformó la máquina de abusos que encontró allí, ningún virrey ha sido (según el concepto de todas aquellas gentes) más justo, caritativo, afable y propio para gobernar, que él, pues lo que al principio le objetaban era lo que después sentían todos más en abono y beneficio del común, que era el que no dispensaba castigo en el que lo merecía, ni se vencía a los presentes, a los ruegos, ni a las súplicas.
93. Uno de estos ejemplares era tan preciso, como en Lima, en cada una de aquellas ciudades capitales y corregimientos para domar la altivez de sus vecinos y hacerles que tuviesen respeto a la justicia y que venerasen, como es justo, las órdenes reales que se envían de acá, y así podría tener efecto lo que se propone del destierro que se debería hacer de toda aquella gente perdida, a los gobiernos. Pero sin esto, es empresa tan ardua que, a no juzgarla enteramente por imposible, la concebimos muy poco menos, y que nunca podrá tener formalidad.
94. Pero no milita esta dificultad en lo que tenemos dicho en la sesión primera tocante a la gente que se debe enviar a España, por cuanto aquella providencia no puede defraudarse en su cumplimiento, mediante el que la gente que se repartiere en cada corregimiento ha de venir a España, y se ha de saber por la que llegare, si se cumple o no lo determinado; lo cual no sucede en la misma forma con la que se destine a los gobiernos, porque, quedándose allá, habrá más arbitrio en aquellas gentes para usar de su despotismo, y en la distinguida más atrevimiento para apadrinar la inobediencia contra el cumplimiento de estas órdenes, además de que, mirando aquello como destierro y castigo, siempre infundirá en ellos más repugnancia que el venir a España, a lo cual no tendrán tanta oposición, así porque todos apetecen el ver los reinos de Europa, como por mirar como cosa honorífica el venir para emplearse en servicio del rey. Y así habrá muchos que, sin ninguna violencia, querrán venir a España, y ninguno que convenga en desterrarse a los gobiernos, dejando su patria por [éstos].
95. Supuesto que se lograse vencer la dificultad anterior, queda que satisfacer a varias objeciones que se pueden poner, y se reducen a que, siendo gente inquieta estos mestizos que se desterrasen a los gobiernos, holgazana y viciosa, sería de temer en ellos alguna sublevación; la segunda, que siendo varones todos los que se desterrasen, y no enviándose mujeres, nunca podrían aumentar la población. Estas son las dos más principales tocante a esta gente, y luego hay otra perteneciente a la Compañía, que sería la de que, haciéndolos depositarios de todas las haciendas, se alzarían al fin con su propiedad, y quizás se harían absolutos de todos los países que perteneciesen a misiones, como se dice del Paraguay; cuyos asuntos satisfaremos en particular, como mejor alcanzaremos.
96. Claro es que si se enviasen mestizos contra su voluntad a un país donde no hubiese más que el gobernador de él, los misioneros e indios infieles, es natural el que, huyendo del destierro, se sublevasen contra los pocos a quienes habían de estar sujetos, para recuperar la libertad. Pero esto no sucedería así en aquellos gobiernos, mediante el que, aunque están despoblados, no [lo están] tanto que falte gente en ellos para sujetarlos, y así los llamamos despoblados porque en realidad lo están a proporción del país. Para ejemplo de esto traeremos a la consideración el gobierno de Macas, el cual consta de una ciudad, que es la capital, Sevilla del Oro, vulgarmente llamada Macas, y un pueblo principal, que es Zuña; Sevilla del Oro tiene cuatro pequeñas poblaciones por anejos, que son San Miguel de Narváez, Barahonas, Yuquipa y Juan López; y Zuña tiene tres, cuyos nombres son Pairá, Copueno y Aguayos. En todos éstos se pueden juntar hasta 800 hombres de armas, que son muy suficientes para tener sujetos los que se le fuesen enviando del corregimiento de Cuenca, porque, cuando más, irían treinta o cuarenta hombres en cada un año, y aunque fuesen tantos que llegasen a cien, ni harían falta en el corregimiento de donde se sacasen, ni serían bastante para dar ninguna zozobra, mayormente cuando los gobernadores tendrían cuidado de no hacer mucha confianza de ellos hasta que hubiesen sentado el pie y estuviesen avecindados, lo cual no sería difícil, porque así que se casasen y que estuviesen acostumbrados al país, sucedería con ellos lo mismo que con todos los nuevos pobladores, y lo que sucedió con los que ahora están haciendo allí sus moradas, cuando los llevaron, además de que esta dificultad no podrá durar más que los seis u ocho primeros años, ínterin que se empieza a entablar comercio, mediante que, luego que lo haya, no será necesario el hacerlos ir por fuerza, pues de los mismos que entran y salen manteniendo el tráfico, quedarán muchos allí voluntariamente.
97. A correspondencia de las poblaciones que tiene el gobierno de Macas son las que hay en los otros [cuatro], con la diferencia de que en éstos es algo mayor, aunque corta, la diferencia; con que de ningún modo hay peligro en enviar esta gente, la cual, sabiendo que ha de permanecer allí y teniendo de qué mantenerse, en poco tiempo olvidará el engreimiento de su patria, y ellos mismos conocerán su bien, cuando lo empiecen a gozar.
98. Para satisfacer a la segunda objeción [ que siendo varones todos los que se desterrasen, y no enviándose mujeres, nunca podría aumentar la población ], hay un medio tan adecuado como el antecedente, y de no menos beneficio para la ciudad, villa o pueblo de donde se sacasen las mujeres, que el de quitarle los vagabundos. Consiste, pues, en disponer que todas las mujeres, sean blancas o mestizas, que están en mala vida, o con [seglares], con religiosos o con otros eclesiásticos, se envíen inmediatamente desterradas al gobierno donde pertenecieren o, si pareciese más conveniente para que los mestizos y españoles no repugnen el tomarlas por mujeres legítimas habiéndolas conocido en su mala vida, aunque entre ellos no es muy reparable esta falta, se puede disponer que las de Quito (por ejemplo) vayan a Macas, y las de Cuenca a Esmeraldas. Y en esta forma, cambiándolas de los unos a los otros, e imponiendo en los gobiernos severos castigos para los que viviesen mal, o la pena de servir dos años de forzados, se les obligaría a que se casasen, que es el modo de que se aumenten las poblaciones. Con esta providencia se evitaría aquel escándalo tan terrible que hay en todas aquellas partes, y el ejemplar de estos castigos podría contribuir a que hubiese recato y menos desorden en las mujeres, sabiendo que no había de haber remisión en el destierro.
99. La ejecución de esta providencia aún es más ardua que la de enviar a los hombres vagabundos, no obstante el ser ésta tan difícil como se ha dado a entender. Y proviene de que las comunidades y demás eclesiásticos están allí sobre un pie tal que no solamente ellos gozan del fuero eclesiástico, sino que no hay juez que se atreva a violar el sagrado de las casas articulares que tienen fuera de la comunidad, donde viven con las concubinas, ni quien tenga osadía para emprender nada contra aquellas mujeres que corren de su cuenta. Esta es la dificultad inexpugnable que se encuentra en todo este asunto y la que no alcanza a vencer nuestro discurso por más que quiera buscar medios que la allanen, como se reconocerá por lo que diremos en particular sobre este asunto. Pero aunque no fuesen determinadamente estas mujeres, y que pareciese injusto condenar a unas y dejar a otras, que tienen mayor delito, sin pena, podrían enviarse todas las que redujesen su mala vida a la que tienen con los seglares, porque al paso que las otras son muchas, no son pocas éstas, y tantas que sobrarían para los hombres que se enviasen.
100. Puede decirse también que esta gente hecha a malas costumbres no convendría que estuviese a vista de unas que empezaban a convertirse, pero extra de que, según llevamos dicho, los institutos que allí se estableciesen les obligarían a que las mudasen en buenas, éstos que se enviasen no debían habitar en los pueblos de modernas conversiones, sino en donde los gobernadores hiciesen su residencia, que regularmente es en las capitales, hasta que después que estuviesen ya acostumbrados a las nuevas reglas de vida que se les diesen, pudiesen ir esparciéndose en las poblaciones que ellos mismos formarían interpoladas entre las de los indios; enseñándolos a que los tratasen como a otros hombres no diferentes de ellos, perderían el hábito que tienen de servirse de ellos, como lo ejecutan en los países españoles, de ajarlos y tratarlos con indignidad, para lo cual contribuiría mucho la primera institución de hacerlos que por sí cultivasen la tierra y sirviesen en los demás ejercicios y ministerios, aunque fuesen españoles (que es el nombre distintivo que tienen en aquellas partes para dar a entender que son blancos). Con esto perderían la gravedad y el aborrecimiento con que miran todos los trabajos, porque ellos mismos han establecido el abuso de que se hagan por los indios.
101. La última objeción, que se dirige contra los padres de la Compañía, es, a nuestro parecer, la de menos fundamento, aunque no se conciba así; porque el poner a su cargo y dirección las haciendas, y a su conducta los presidiarios, ni sería darles aquéllas, ni tampoco apropiarles por esclavos hombres libres. Las haciendas se pondrían en su poder como en administración, y cuando hubiese tantas tierras desmontadas y aplicadas al cultivo que sobrasen para las que serían necesarias al fin de tener abundancia de simientes y raíces correspondientes a las que se hubiesen de distribuir en raciones, entonces se aplicarían al común de cada pueblo las que sobrasen, o se repartirían por mitad entre indios y españoles o mestizos, con prohibición de que ningunas se pudiesen vender, para que con este motivo no se les quitasen a los que tuviesen más derecho a ellas, para adjudicárselas a los hombres ricos. Y para que éstos pudiesen tener haciendas correspondientes a sus caudales, porque siempre conviene que en las poblaciones haya vecinos acaudalados, se les concede-ría que pudiesen desmontar a su costa las tierras que eligiesen, como fuese por lo menos una o dos leguas en contorno de las poblaciones y apartados de ellas, y todas las que desmontasen y cultivasen quedarían para siempre en beneficio de los que lo hiciesen. Esta distancia que señalamos apartada de las poblaciones, es para que las tierras comprendidas en ella quedasen reservadas a los indios y gente pobre, que necesita tener las suyas más cercanas a los pueblos para cultivarlas y acarrear sus simientes con comodidad. Si sucediese que la Compañía no se ciñese a tener una buena conducta en la administración de aquellas tierras que administrase, cuyo caso no nos parece que se llegaría a experimentar, queriendo apropiárselas, entonces quedaba el recurso de informar al soberano para que, en su inteligencia, pudiese ordenar que pasase al gobierno que hubiese dado la queja un ministro de su Consejo de las Indias para que lo visitase, y dejando para el común de los recién idos las que fuesen necesarias, repartiese las otras entre el común del vecindario. Pero si la querella fuese injusta, se le daría facultad y mandaría por orden que castigase severamente a los promovedores de ella, por sediciosos y alborotadores.
102. Como sería conveniente que en cada gobierno hubiese colegios de la Compañía a proporción que fuese grande su población, convendría que, para su fundación y subsistencia se les adjudicase la décima parte (y si pareciese poco, otra mayor) de todas las tierras que se fuesen repartiendo entre el común. Y además de éstas, les sería permitido el que, a su costa, pudiesen desmontar, fuera de los términos señalados, las que les pareciesen, a fin de que tuviesen buenas haciendas y pudiesen mantener bastante número de sujetos, el cual habría de ser correspondiente a las poblaciones, para que con ellos se pudiesen remudar los misioneros cuando unos estuviesen cansados, y acudir a las demás obligaciones de su estado e instituto en las poblaciones de españoles.
103. Como en estos gobiernos se menoscabarían muchas armas por el motivo de ser preciso usarlas frecuentemente en las salidas que se hiciesen contra los indios infieles, convendría que cada año se enviasen a cada uno 25 ó 30 armazones completos para infantería. Y la mayor parte de las que se destinasen a ellos, o todas, habrían de ser para infantería, que es en la forma que puede combatir la gente contra los indios en aquellos parajes, por ser todos ellos montuosos, fragosos y encenagados, pero si fuesen necesarias algunas de caballería, se podrían enviar cuando los gobernadores las pidiesen diciendo ser convenientes.
104. Convendría que se ordenase también a los oficiales reales a quienes tocase, que pagasen los sueldos de los gobernadores de estos países de misiones mensualmente, o como ellos lo quisiesen recibir según les tuviese más cuenta, pero con preferencia a todo otro, especificándose que aún a los de presidentes y oidores, sin descontarles ninguna cosa en la Caja Real, para que, nombrando cada gobernador su apoderado, estuviese socorrido con puntualidad y no necesitase salir del distrito de su gobierno para ir a la Caja Real a hacer pretensión de que se les socorra con lo que se les debe del sueldo, como sucede ahora. Pues como los oficiales reales los detengan la paga y no puedan conseguirla sino a costa de mucho tiempo de empeño y de cederles, por vía de regalo, una parte de ella, resulta el que lo más del tiempo se ven precisados a residir fuera del gobierno, lo cual no convendría entonces por ningún modo.
105. De la población y reducción de aquellos países, que al presente lo están únicamente de indios infieles, resultarían grandísimos beneficiosa Dios, al rey y a todos los españoles. El principal de ellos, con el cual no se puede comparar ningún otro, sería el de propagar la fe católica entre la muchedumbre de naciones bárbaras que los habita, dilatando la ley evangélica en ellas y sacando de la esclavitud del demonio tanta inmensidad de almas como se pierden por no haber entrado allí la caridad de la ley de Jesucristo. Este solo triunfo bastaría para no dilatarles a aquellas gentes tanto bien por más tiempo, rescatando sus almas con el conocimiento de la fe. Pero ya que nuestra fragilidad sea tanta que, para moverse a las cosas divinas, necesita ser estimulada de algún interés propio, en ninguna parte podrá encontrarlo mayor que en aquellas empresas, gloriosas por todos títulos, pues al paso que lo son para la mayor honra de Dios, lo son también para hacer próspera la nación española con el mucho usufructo que puede sacar de aquellos países.
106. Poblados tan vastos territorios como lo son aquéllos, y reducidos a la verdadera ley sus habitadores, se podría dar cultivo a las muchas plantas articulares que producen. De allí se podrían sacar la canela, tan exquisita como la del Oriente; la vainilla, tan selecta como la que producen otras provincias de las Indias, o mejor; el estoraque, fragantísimo, y las varias especies de gomas, resinas y frutos que, con particularidad y admiración, derraman aquellos bosques. Allí se podría trabajar en las muchas minas de oro en que se trabajó en aquellos primitivos tiempos de la conquista, cuando algunos de aquellos gobiernos estuvieron en más prosperidad que la que tienen al presente, y desentrañando de la tierra los minerales de otras especies que encierra, se podría hacer un comercio grande, dándole a las naciones extranjeras lo que ellas venden en crecidos precios a los españoles por la falta de aplicación que ha habido en hacer que florezca el comercio de frutos de las Indias, nacido de haber estado reducido a metales ricos de oro y plata, por la lisonja de la primera impresión que hacen a la vista.
107. Además de los beneficios antecedentes se conseguirían otros muy ventajosos, y entre éstos el de limpiar aquellas provincias de la gente ociosa que la infesta de vicios, y el de acostumbrarla a trabajar y a sacudir la pereza y la demasiada presunción con que están engreídos; cuyos fines serían bastantes para no dejar de poner en planta esta providencia, aun cuando no concurrieran los poderosos que quedan dichos.
108. Lo mismo que decimos de lo tocante al modo de fomentar y proteger las misiones de la Compañía, y el de entablarlas en los gobiernos de la pertenencia de Quito donde no las hay, se debe ejecutar en los países dependientes de las demás provincias, particularmente en aquellos reinos del Perú, mediante el que, a muy corta diferencia, concurren en todos ellos unas mismas circunstancias. Y si la riqueza de algunos en minerales, frutos y gomas no fuere la misma que en los que llevamos citados ahora, habrá otros equivalentes que las hagan dignas de estimación.
109. Entre las providencias que podrán contribuir a la mayor facilidad de la conversión de aquellos indios, no serán las que menos conduzcan a este fin las que tocamos acerca del modo de haberse con los indios, en [las sesiones antecedentes]. Porque el ejemplar de verse bien tratados con la estimación que les perteneciese, con comodidades para la vida que no pueden gozar mientras que permanecen en sus bárbaras costumbres, y con tranquilidad, no teniendo sobre sí la presión de estar sujetos a las continuas y crueles guerras que se hacen unas naciones a otras, los inclinaría a que ellos mismos se entregasen a la suavidad de las leyes, y que recibiesen el Evangelio. Así lo conseguían los emperadores incas cuando formaban aquel imperio, pues muchas naciones grandes y poderosas se les sometían voluntariamente para gozar de los beneficios y comodidades que adquirían por su medio; y las que voluntariamente se entregaban, se hallaban tan bien debajo de sus leyes, y con las demás providencias y disposiciones de su gobierno, que nunca pensaban en ser desleales, y sólo se vio ser excepción de esta regla alguna otra muy rara nación, de las más bárbaras, que por estar viviendo de su natural como fieras, procuró sacudir el yugo del imperio para quedar libre del de la razón, porque a la verdad, todas conocían que ningún otro gobierno, ni el suyo propio, les podía ser más aventajado que el de los incas. Cierto que, en este particular, se hace digno de la mayor admiración y de todo aplauso el ver en unos pueblos tan poco cultos como los de los incas en aquellos tiempos de su gentilidad y del primer establecimiento de aquel imperio, la suma política de sus leyes, el buen orden de ellas y la sutileza de las máximas que guardaban en su erección para que, haciéndose cómodas a los indios, las apeteciesen ellos mismos, y se diesen sin dificultad al yugo de la obediencia.
110. Los incas nos dejaron, aunque hombres gobernados únicamente de una ley natural muy simple y sencilla, el admirable ejemplo de su gobierno en las máximas que guardaban para conquistar la voluntad de los indios y reducirlos a su obediencia, para hacerse amados de ellos en el extremo que lo fueron, y para que sus leyes se observasen con la mayor precisión. Las cuales, al paso que eran dulces, suaves y justas, no dejaban también de ser rigurosas cuando se hacía preciso que predominase, a la clemencia, la severidad. Ellos conquistaban las provincias, cuando no podían por los medios de la persuasión y del agrado, por el de las armas, y aun siendo en esta forma, vivían los vasallos sin repugnancia al dominio que los sujetaba, porque no les daba lugar a otra cosa el buen trato. Este es el que se necesita en aquellas gentes para que no resistan tenazmente el venir a la dominación española, pues si viesen los infieles vivir con comodidad a los vasallos del rey, que eran tratados con estimación, y lo mucho que se procura su bien, depondrán el horrible concepto de tiranos en que tienen concebidos a los españoles, y no será difícil su conversión. Las leyes dispuestas a favor de ellos son admirables, según tenemos ya dicho, [pero] la falta de su cumplimiento es el origen del mal, pues de éste nace todo lo que padecen. Si se consigue que se reformen los abusos introducidos contra los indios, y que se les trate como es justo y correspondiente a hombres, se puede esperar que tendrán un éxito feliz las misiones, y que en tiempo muy corto se logrará lo que, en el mucho que ha pasado desde la conquista acá, no se ha podido conseguir.
111. No dejará de hacerse reparable, por todo lo que dejamos dicho, el que, hablando del estado de las misiones, en unas partes se culpe [a] la conducta de la Compañía como que depende de ella no haber sido mayor el adelantamiento de las misiones, y en otras parezca que nos inclinamos a dar a entender que no depende del celo de la Compañía únicamente este progreso, y últimamente aplaudimos su celo en otros parajes, y concluimos que es la religión más propia y apta para la conversión de los indios. Esto que parece contradicción no lo es, ni se debe tener por tal, porque procurando hacer cierta nuestra relación y despojarla de toda contemplación, es forzoso que, haciendo justicia en todo, culpemos la conducta de la Compañía en el pequeño desliz de la tibieza que ha tenido, por sus particulares fines, en ser tan corto el número de sujetos destinados a las misiones respecto del crecido que lleva de España para ellas. Pero esta falta no debe oscurecer la mayor distinción y celo con que se porta respecto de las demás religiones, ni nace de ella la falta que tienen aquellos gobiernos de fomento y de fuerza para poner en seguridad el fruto que pudieran coger a expensas de su fervor, antes bien, como se ha dicho, la poca seguridad de que subsistan las conversiones modernas puede servirles de disculpa para no poner toda su eficacia en ade-lantarlas. Con que bien considerado todo lo que se ha dicho, se concluirá que la Compañía atiende a sus particulares fines con los misioneros que lleva de España, pero que, con todo, no olvida el de la conversión de los infieles, ni tiene abandonado este asunto, pues, aunque sea poco, adelanta en él, que es lo que no se experimenta en las demás religiones. Por esta causa se hace la conducta de la Compañía más recomendable, comparativamente, en la estimación, y es digna del aplauso, y, últimamente, que, sin el debido fomento, será poco el adelantamiento de aquellas conquistas espirituales, y nunca podrán ser grandes los progresos, aunque la Compañía quiera dedicar a ellas el todo de su atención.